Me he instalado 'God in a Box' –Dios en una caja, literalmente– en el WhatsApp. Es como San Google, pero en nivel pro. Pura inteligencia artificial. Y, además, con apariencia de conversación. No sé si da más miedo que servicio, pero a mí me gusta…, ... sobre todo por lo del nombre. Porque, de no haber sido periodista, yo habría querido ser teólogo. ¡No! ¡No! ¡Espeleólogo, no! Teólogo. Te-ó-lo-go. Porque yo, en realidad, soy una persona muy seria. Y no hay nada más serio –o me lo parece a mí- que lo del tema de Dios.
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Justo hoy hace veinticinco años, a Benedicto XVI –que, entonces, solo era el cardenal alemán Joseph Ratzinger–, lo nombraron doctor 'honoris causa' por la Universidad de Navarra. Yo, por cosas de la vida, circulaba también por los pasillos de aquella casa a la búsqueda de un poco de sabiduría doctoral, aunque fuera sin tantos honores. Y, entremedias, me pasaba el día escuchando inglés americano en un 'walkman', por si sonaba la flauta y me concedían una beca que había solicitado para irme a Estados Unidos…, a darme una vuelta por la tierra prometida. ¡Y a gastos pagos! Así que, como lo terrenal me tenía muy enfrascado, no presté demasiada atención a lo de Ratzinger, pese a ser yo un teólogo frustrado.
He intentado leer muchas veces los escritos del que ha sido el primer Papa emérito de la historia reciente. Pero nunca he podido entender más de la mitad del mensaje. Quizá porque, al final, lo de la teología con mayúscula me debe venir un poco grande. Pero, en el discurso de investidura que pronunció aquel día de 1998, señaló que «lo peculiar de la Teología es ocuparse de algo que nosotros no nos hemos imaginado (…) porque es más grande que nuestro propio pensamiento». Y, por una vez, creo que comprendí que –tal vez– para poder pensar sobre Dios, haya que empezar por aceptar que su misma idea está más allá de lo que un cerebro humano puede manejar. Aunque no se lo aseguro.
Debería de ser cierto que la verdad es, en realidad, sencilla. Y pienso que, casi siempre, lo es. Pero cuando lo sencillo habla de algo inmenso, esa verdad apabulla. Unas horas antes de su muerte, a las tres de la madrugada del 31 de diciembre pasado –justo hoy hace un mes–, la enfermera que velaba las últimas horas de Benedicto XVI le escuchó decir en italiano: «Jesús, te amo». Y, hace tan solo unos días, Juan José Marina, el párroco de la iglesia algecireña de la Palma que salvó su vida porque su potencial asesino se equivocó de víctima, afirmó con plena consciencia: «Si yo estoy vivo, es porque él está muerto». Pura teología práctica de la vida. Sin más.
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Postdata. Se lo aclaro porque no soy mala persona y no quiero dejarles con la intriga: la beca cayó porque, aunque yo no me manejo en el nivel Ratzinger, a veces tengo mis momentitos de brillo. Los cielos de Yale y Stanford se abrieron ante mí, aunque –al final– no fui. Pero esa es otra historia…, muy seria. Como yo. Y no se la pregunten a 'God in a Box' porque –ya se lo adelanto-, ese dios que está en el WhatsApp, no sabe tanto. ¡Ni falta que nos hace!
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