Probablemente una de las disculpas más famosas de los últimos tiempos haya sido la del rey emérito al salir del hospital tras el accidente de caza en Botsuana a donde había viajado en plena crisis económica. Su «lo siento mucho. Me he equivocado y no ... volverá a ocurrir» tenía más del perdón que implora un niño pequeño pillado in fraganti que del de un jefe de estado.

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Si traigo a colación el asunto es porque de nuevo las casualidades –entiéndase, mis andanzas lectoras– me han llevado a un lugar no buscado e inesperado: a la investigadora de ‘la disculpa’ Karina Schürmann. No me digan que no es un tema interesante en el que detenerse, con tantas aristas y aplicaciones… No me digan tampoco que esto de las Ciencias Sociales no es interesante ni entretenido.

Lo primero que le leo a la doctora Schürmann es que hay buenas disculpas y malas disculpas, cosa que supongo que, como yo, ya sabrían. La primera aportación que hace, no obstante, es identificar de una manera muy sencilla el elemento diferenciador entre unas y otras. Las buenas son las que consiguen la reconciliación con la otra persona o, al menos, consiguen reducir su enfado. Ya ven, no vale decir «se disculpó bien pero no le perdonó», si no consigue el objetivo de la reconciliación la disculpa no era buena. Habrá que intentarlo de otra manera.

Schürmann continua señalando tres elementos necesarios en una buena disculpa: expresar remordimiento, aceptar la responsabilidad y ofrecer compensación o alguna forma de reparación del daño. Parece ser que en sus investigaciones ha visto que, por lo general, no tenemos problemas en decir «lo siento» pero la cosa flaquea bastante en lo de asumir la responsabilidad. De la reparación del daño ya ni hablamos. Al final, muchas veces todo se queda en meras palabras, de ahí que la disculpa sea tan poco convincente o, dicho de otro modo, sea una mala disculpa. Sucede también que con frecuencia nos ponemos a la defensiva quitando importancia al asunto con un «no ha sido para tanto» o le echamos la culpa a otro o buscamos la justificación más peregrina. Según Schürmann, hay que evitarlo como sea.

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Estas cosas, las malas disculpas, nos suenan bastante en nuestras relaciones familiares o de amistad así como en el trabajo, pero habría que añadir que también nos suenan en la vida política. Del mismo modo que en el ámbito personal e íntimo las relaciones se acaban deteriorando por malas disculpas, la confianza en gobernantes y representantes políticos se resquebraja cuando estos no se disculpan o lo hacen mal. Deberían saber que decir «lo siento» no suele ser suficiente para restaurar la imagen de una diputada, un jefe de estado, un presidente del gobierno o una consejera aunque sea una condición necesaria. La ciudadanía valora positivamente la humildad inherente a la acción de disculparse del mismo modo que la valora el alumnado con un profesor, pero por su repercusión mediática si no se hace bien, si no consigue la reconciliación con la ciudadanía, será una mala disculpa y actuará en su contra.

Remordimiento, responsabilidad y compensación, lo demás son milongas.

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