Desde siempre, se nos ha enseñado qué tenemos que hacer cuando físicamente no estamos bien: ir al médico. No hay vacilación, a menos que la ... molestia se repita y ya optemos por no ir y pongamos en práctica todos esos consejos que siempre nos han dado: darle Dalsy o Apiretal a los más pequeños, un ibuprofeno a los mayores, vendarnos la mano porque seguro es otro esguince, o una manzanilla porque es de nuevo el estómago.
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Lo físico es lo tangible, lo que se ve, y se nos ha enseñado a que, cuando no se está bien físicamente, eso es estar enfermo.
Sin embargo, lo que no nos han enseñado es qué hacer cuando lo que duele es el alma, lo que no se ve, pero que se padece, se sufre y es tanto o más limitante como el padecimiento físico.
La respuesta no está tan clara, porque aún a día de hoy, decir «psicólogo» chirría, por quien lo pronuncia y por quien lo recibe. Y esto ocurre porque a pesar de los datos tan alarmantes y de la cantidad de suicidios diarios con origen en la ansiedad y la depresión, siguen sin estar normalizadas.
¿Cuándo empezaremos a poner a la misma altura dolores físicos y emocionales? ¿Cuándo pondremos en práctica la validación emocional como respuesta hacia la persona que sufre, igual que la respuesta inmediata de ir a por un ibuprofeno para su dolor de cabeza?
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¿Cuándo podremos sostener el llanto o la ansiedad sin sentirnos incómodos? ¿Cuándo dejaremos de tapar estas enfermedades?
Sin ánimo de desmerecer el resto de enfermedades comunes, cuando el alma duele, sientes que el mundo no tiene sentido. Aún estando rodeado de familiares y amigos, te sientes el último habitante del planeta. Es un dolor que aprieta, ahoga y paraliza: pensamientos negativos y recurrentes, taquicardias, nervios, etc. El cerebro no distingue una amenaza real de una que está en nuestra mente y estamos en estado constante de lucha y huida. Y se sufre, muchísimo. Y con el juicio del resto de la sociedad, porque te dirán: ¿ansiedad? ¿pero eso existe?, eso te lo quitaba yo rápido…
Y precisamente ahí, cuando al padecimiento se le une la incomprensión, no puedes más y quieres ir a terapia. Como confías en la sanidad pública, primero te han derivado a salud mental. Y solo tardan tres meses en verte por primera vez y otros tantos la segunda, etc. Pero no cubre lo que tú necesitas, porque te duele. Y buscar terapia privada, pero por el coste no te lo puedes permitir, no todas las veces que necesitas, porque la frase es: necesitas.
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Podría reclamar a Sanidad que se necesitan más profesionales, muchos más, porque los datos hablan por sí solos, porque estas enfermedades llevan a la desesperación y a la muerte por suicidio.
Mientras eso ocurre, las personas también podemos ir avanzando: nunca digáis a nadie que está llorando, que deje de hacerlo, mejor regálale tu presencia y un abrazo.
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