![El ecologismo bobo](https://s3.ppllstatics.com/hoy/www/multimedia/202107/04/media/cortadas/162105684-k2sB-U140922023233jrB-1248x490@Hoy.jpg)
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Hace unos días, cuando los promotores de una fábrica de diamantes en Trujillopresentaron el proyecto junto con el presidente de la Junta escuché en una radio extremeña una encuesta hecha a pie de calle entre ciudadanos a los que se preguntaba su opinión sobre ... la instalación del proyecto en la histórica ciudad. La mayoría daban la bienvenida a la factoría. Nada fuera de lo habitual. Sin embargo, me llamó la atención la respuesta de una señora que se mostraba en contra con un argumento inapelable: «Es que a mí las fábricas no me gustan». Me sorprendió, pero no tuve más remedio que coincidir con ella: la mayoría de las fábricas son feas; yo misma prefiero contemplar una catedral gótica o un jardín inglés en lugar de una planta química, un aserradero o un secadero de jamones. Dónde va a parar.
Sin embargo, tras escuchar a la señora me hubiera gustado estar en la piel de la periodista que le hacía la pregunta para continuar con la conversación. Plantearle, por ejemplo, dónde cree que se fabrica la ropa con que se viste, la lavadora donde la lava, las lámparas con que se alumbra de noche, la radio y la televisión a través de las que se informa, el teléfono con el que se comunica, el coche en que viaja. ¿En fábricas?
La oposición de la señora entrevistada a las fábricas, así, en general, me hizo pensar en la cada vez más extendida postura en contra de todo lo que signifique alteración de nuestro entorno. Pueden ser fábricas, minas, pantanos, carreteras, molinillos de viento, placas solares, líneas de alta tensión para alimentar las fábricas… Crece y crece el prestigio de lo natural, de los 'paraísos inalterados' (la publicidad ya le ha puesto nombre a todo), mientras se despeña el crédito de lo que huela a industria. Vade retro a las fábricas, aunque sean de pipas y no echen humo.
Inevitablemente me planteo si esa oposición a las 'fábricas' es solo a las fábricas que se ponen cerca de nuestra casa y nos pueden estropear las vistas o si también nos molestan las fábricas que están a mil kilómetros de nuestras vidas y nos surten de aparatos de aire acondicionado, ahora que empieza a apretar el verano, y de toda la parafernalia de objetos de consumo a los que estamos acostumbramos.
¿Estamos dispuestos a renunciar al consumo compulsivo que daña el medio ambiente o preferimos mirar para otro lado cuando ese ataque a la madre naturaleza se produce al otro lado del mundo, en países donde sus habitantes no pueden negarse a que le pongan una fábrica al lado? ¿Somos ecologistas consecuentes o ecologistas hipócritas?
En Extremadura llevamos décadas dándole vueltas a un mismo tema: la necesidad o no de impulsar una industrialización que consiga crear el suficiente empleo para que la región no siga perdiendo población. La realidad es que ni el turismo, ni la agricultura, ni el comercio ni la función pública sumados todos son capaces de crear suficientes puestos de trabajo. Falta la pata de la industria. Pero cada vez que aparece un proyecto industrial en el horizonte se montan plataformas en su contra y se alienta la sospecha. ¿Seguro que esa fábrica es inocua y no va envenenar nuestro aire y molestar a nuestros pájaros? ¿Seguro que no arruinará la preciosa puesta de sol que veo desde mi ventana? Últimamente se ha puesto en circulación la idea de que no se toque nada y, dado que tenemos un paraíso, que Europa nos pague por mantenerlo. No me tengo por experta en la materia, ¿pero de verdad es realista esa propuesta de que nos sentemos aquí a darle de comer a los buitres y a reproducir linces para que vengan los holandeses a extasiarse?
Por descontado que hay que proteger rapaces, gargantas y encinas, pero la idea de que nos van a pagar una millonada por hacerlo es tan estrambótica que suena a broma pesada. Y la buena noticia es que se puede mantener la naturaleza y construir alguna que otra fábrica. Vamos, que Extremadura no va a tener de la noche a la mañana más chimeneas que la cuenca del Rhur alemana. Ni aunque en la Junta se volvieran locos y levantaran todas las restricciones ambientales.
No deja de ser triste que muchos extremeños tengan que marcharse en busca de un empleo a regiones y países menos alérgicos al desarrollo industrial (eso sí, con el aire menos puro), porque en Extremadura, en nombre de un ecologismo un poco simplón y hasta bobo hemos decidido que no nos gustan las fábricas. Que se las lleven a Bilbao, o a Bombay.
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