EL pasado lunes HOY publicó un reportaje en el que Antonio Armero contaba la historia de Mass Mbaye, un joven senegalés que llegó de niño en patera a Canarias, recaló en las Hurdes y hoy tiene un bar y está a punto de abrir ... otro en Pinofranqueado. Mass contaba que está integrado y encantado de ganarse la vida en Extremadura. Se siente respetado y querido por sus vecinos. La semana anterior este periódico daba cuenta de la entrega de los premios Extremeños de HOY. Entre los galardonados se encontraba Eva González, una abogada nacida en San Martín de Trevejo y emigrada de niña a Holanda con sus padres. Eva investigó las prácticas discriminatorias del Gobierno holandés hacia las familias de emigrantes y consiguió que los tribunales le dieran la razón y que el Gobierno admitiese la discriminación y dimitiese. Desde entonces no para de recibir reconocimientos por un trabajo que ella asegura que está todavía a la mitad.

Publicidad

Eva y Mass son emigrantes. Sus trayectorias son aparentemente divergentes. Eva dejó la Sierra de Gata con su familia para buscar un mejor futuro en Holanda y Mass abandonó Senegal y ha construido su vida en Extremadura, muy cerca del lugar de origen de Eva. Sin embargo, ambos tienen en común el espíritu del emigrante, una especie de gen que hace que quienes tienen que abandonar su tierra para buscar una vida mejor, o simplemente una vida, luchen sin descanso porque ese anhelo se cumpla. No tienen contactos que les aúpen, a veces no conocen el idioma y deben adaptarse a toda prisa a una sociedad distinta. No siempre triunfan, pero muchas veces progresan y consiguen más de lo que sus padres o sus abuelos habían soñado.

En contra de quienes los ven como una amenaza, tengo la convicción de que los emigrantes no solo prosperan ellos, sino que suelen mejorar el lugar donde se instalan. Y hablo con el conocimiento que me da haber vivido entre ellos, ser una de ellos.

La riqueza de los países, de las regiones, se ha levantado sobre los hombros de emigrantes que no tenían otra opción que trabajar duro o estudiar con más ahínco que los naturales para progresar. Repasen ustedes qué comunidades españolas son hoy más ricas y cuántos inmigrantes han recibido a lo largo de los últimos 50 o 60 años. O qué países. Hagan cuentas.

Publicidad

Sin la energía y la ambición de los andaluces, extremeños, castellanos, murcianos o gallegos que se buscaron la vida fuera la historia sería otra. Y quizás Madrid, Cataluña, País Vasco, Navarra, Alemania, Suiza o Francia no estarían a la cabeza del mundo desarrollado.

Estamos en tiempos de migraciones dramáticas: millones de personas que huyen de la pobreza o de la guerra tratan de llegar a Europa y su deseo es utilizado por regímenes no democráticos, como Marruecos o Bielorrusia, para desestabilizar la UE. Aquí observamos el fenómeno con una mezcla de solidaridad y xenofobia. Nos compadecemos de sus penurias, pero también hay quien los ve como una amenaza.

Publicidad

Es obvio que Europa, con la natalidad por los suelos, necesita emigrantes para hacer trabajos que los europeos no queremos desempeñar. Ya los están ocupando en la agricultura, el cuidado de ancianos, la hostelería... Al final, a la envejecida Europa la salvará el gen emigrante que hace progresar al mundo; el coraje de miles de Evas y miles de Mass cuyo anhelo por construirse una vida mejor acaba por enriquecer a los países que los acogen.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Escoge el plan de suscripción que mejor se adapte a tí.

Publicidad