![Una enfermedad moral, la covid-19](https://s2.ppllstatics.com/hoy/www/multimedia/202111/30/media/cortadas/op-tinoco-kNFI--1248x770@Hoy.jpg)
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Ahora que nos las prometíamos muy felices, que había vuelto como nunca el 'black friday' en el que nos habíamos zambullido para darnos un homenaje de consumo; ahora que exhibíamos la vacuna y nuestros altos porcentajes de inoculados como si fueran la epifanía de hasta ... dónde llega la capacidad de nuestros científicos y de paso –no hay que perder la oportunidad de echarnos flores, faltaría más– la buena gestión de nuestros políticos; ahora que creíamos enfilar la última recta de la pandemia y veíamos la bandera a cuadros de la meta agitándose cada vez más cerca y ya sin restricciones, sin mascarillas, con las barras de los bares y los centros comerciales como siempre; ahora que habíamos colocado el cartel de entradas agotadas para las fiestas de cotillón de fin de año como si fueran la puerta de acceso a la vida nueva... Ahora, justamente ahora, la miel casi en los labios, viene otra vez el virus a recordarnos que somos mortales y que nadie se considere a salvo todavía. La variante ómicron nos ha metido de nuevo el miedo en el cuerpo y regresa la amenaza de los aeropuertos cerrados, el desplome de las bolsas, los controles en la frontera, el PCR obligatorio, el teletrabajo, las aulas clausuradas, el confinamiento... De pronto, se nos reaparece la casilla de salida de la pandemia a la que nunca creíamos que fuéramos a volver.
Una de las cosas que nos debería haber enseñado esta crisis sanitaria es que los ciudadanos hemos ido saltando de lugar común en lugar común como si fueran unas pasaderas de falso consuelo para evitar caernos al río de la realidad. Y otra de las cosas que nos debería haber enseñado esta crisis sanitaria es que no queremos aprender, que estamos afectados por una enfermedad llamada voluntad de ignorancia de más difícil cura que la covid porque no hay quien quiera buscarle una vacuna. ¿Recuerdan que al principio de la pandemia cualquiera que se considerarse portavoz de algo no dejaba de repetir como un mantra que de esta crisis saldríamos mejores? Todas las tardes aparecíamos puntuales, en las puertas y balcones de nuestras casas, para aplaudir a los sanitarios, a los policías, a los barrenderos, y creíamos que esas merecidas palmas ya eran la demostración de la mejoría e incluso bastaban para cumplir nuestra cuota de esa palabra gastada, malgastada y cada vez con menos significado llamada solidaridad. Bastaba saber una o dos cosas básicas para manejar la crisis con provecho, pero nos empecinamos en no aprenderlas. Una de esas cosas elementales era que estábamos ante un problema que afectaba a todo el planeta y que, por lo tanto, la solución tendría que ser planetaria. No hemos querido saber que el concepto 'dosis completa' no tiene sentido si es individual, o nacional, sino global y que, por tanto, de poco va a valer mi tercera dosis si todavía hay miles de millones sin la primera. Que a estas alturas nos lo haya tenido que recordar el virus lo convierte, además de en el responsable de la enfermedad infecciosa que sufrimos, en el síntoma de la enfermedad moral a cuya cura no estamos dispuestos.
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