Desde que una mujer se realiza la prueba del embarazo y da positivo, comienza el sacrificio, que no es compartido en igualdad por el padre. ... Para que la gestación sea un éxito hasta el final, nos vemos sometidas a la obligación de llevar una vida saludable. En primer lugar, pasaremos revisiones periódicas y, si hay suerte, serán con el mismo ginecólogo cada vez. En segundo lugar, debemos controlar el peso, el azúcar, la tensión y no ingerir ciertos alimentos que, casualmente, son muy apetecibles como por ejemplo el jamón y, en tercer lugar, algo comprensible y evidente, no fumar ni beber alcohol. Hasta ahí, todo bien. ¿Y cuáles son los sacrificios del padre? Ninguno. No tiene que hacer nada, a excepción de acompañar a su pareja al médico y poner cara de bobo cuando escucha por primera vez el latido de su bebé, y observar cómo nosotras engordamos y se nos hinchan los tobillos.
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Pasamos al momento parto; ahora el futuro padre puede ayudar a su pareja, siempre que no haya complicaciones, y apoyarla mientras ella se muere de dolor. Una acción que le honra y, de hecho, cuando se recuerda el nacimiento de su bebé, se suelta la coletilla: «Que detalle, que buen padre, que valiente». ¿Perdona? Valiente es la mujer que se desgarra por dentro para dar a luz. Pero, sigamos, ya tenemos a esa preciosidad en nuestros brazos y la matrona insiste en que le demos el pecho, ¿y si nos negamos? Pensará que eres una mala madre por tomar esa decisión. Entonces, el padre se muestra comprensivo y le da el biberón. La matrona lo mirará con ternura y le dirá: «Que buen padre» mientras dirige una mirada asesina a la convaleciente.
El retoño llega a casa, comienza la baja por maternidad y paternidad, en la que ambos cónyuges, si trabajan, pueden disfrutar de 16 semanas de permiso retribuido para su cuidado. Confío en que ese periodo compartido sea realmente eficaz y no solo unas vacaciones encubiertas para uno de ellos.
¿Y después qué? Aunque cueste reconocerlo, el peso de la crianza recae en mayor parte en la madre, quizá porque la educación que recibimos, a pesar de que hemos avanzado, sigue siendo igual.
Si el padre pasea por el parque con el carrito, es inevitable pararse a elogiar lo buen padre que es, mientras que la madre aprovecha ese momento para hacer las tareas de la casa, en lugar de escaparse a un fisioterapeuta y recibir un masaje.
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Si el padre lleva a su hijo a un establecimiento de comida rápida, es un buen padre por pasar tiempo con él. Si lo hace ella, es una mala madre por no cuidar de la alimentación de su hijo.
Si el padre asiste a las reuniones del colegio, es un buen padre admirado por el resto de las madres. Si va ella y pregunta para interesarse por el curso escolar, no faltará el comentario: «Que pesada, prefiero que venga el padre».
Si el padre visita a los abuelos y le pide que cuiden de los nietos, es un buen padre porque les permite disfrutar de ellos. Si lo hace ella, será interrogada y cuestionada por si eso que tiene que hacer es lo suficientemente importante para dejárselos.
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En fin, estos ejemplos no son generalizados, pero los hay y existirán, porque la tradición manda.
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