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En el «todo vale con tal de mantenerse a flote» en el que chapotea el gobierno de Pedro Sánchez, los esforzados ciudadanos no ganamos para ... sustos. Cuando el pasado 2 de mayo, en plena jornada festiva en muchos lugares, el gobierno convocó una rueda de prensa urgente, todos esperábamos las explicaciones pertinentes sobre el espionaje a los líderes independentistas del procés. Pero cuando nos acercamos a escuchar a la portavoz del gobierno y al ministro de la presidencia, ¡zas! En un giro de guion digno del culebrón más chapuza, lo que se nos anunció es que los teléfonos de Pedro Sánchez y de Margarita Robles también habían sido infectados por Pegasus. Dices tú de espionaje. Pa espiado yo.
La comparecencia se parecía a esas conversaciones en las que le dices a alguien que te duele la rodilla y el supuesto interlocutor, en lugar de mostrar interés, se despacha con el relato de sus propias aflicciones que, por supuesto, son mucho más graves que la tuya: «¿La rodilla? Tú no sabes lo que es el dolor. Eso no es nada comparado con las molestias que tengo yo en la espalda, desde las cervicales a las lumbares». En el mismo tono se despachaban los representantes del gobierno en esa mañana festiva frente a unos también esforzados periodistas que habían apuntado en sus libretas «Crisis Pegasus procés» y ahora resultaba que la rueda de prensa no iba de eso. El espionaje a los catalanes no era nada comparado con las escuchas al mismísimo presidente del gobierno y a la ministra nada menos que de Defensa. Además, las escuchas de los catalanes eran caseras, mientras que las de Sánchez y Robles venían de fuera. ¿Pero de dónde?, nos preguntábamos todos. Ah, eso no se sabe, de fuera. ¿De Rusia, por nuestro apoyo a los ucranianos? ¿De Estados Unidos, que ya antes había espiado a otros líderes europeos? Y así, dejándonos sorprendidos y desorientados, ministro y portavoz se fueron por donde habían venido.
Durante los días siguientes en los corrillos se hablaba del espionaje y de cómo todo el que puede hacerse con la tecnología escucha a quien se deja. Una de las sorpresas de esta nueva grieta en las cloacas gubernamentales es que la vigilancia ya no sorprende ni escandaliza a nadie, conocedores como somos de que manejamos dispositivos que pueden rastrearse y a través de los que se nos escucha y observa, por no hablar de los algoritmos que conocen nuestros gustos y deseos mejor que nosotros. El sapiens del siglo XXI, desde su nacimiento, forma parte de una tribu acostumbrada a dormir a la sombra de una cámara colocada sobre la cuna por sus propios progenitores para controlar cualquier gemido discordante o cualquier movimiento, por leve que sea, que se salga de lo previsto.
Este mismo sapiens se halla en pleno proceso de modificación de su escala de valores, y cada vez duda menos a la hora de anteponer la seguridad a la privacidad. Por eso aceptamos la presencia de cámaras casi en todas partes y no nos rasgamos las vestiduras porque aquí y allá salten informaciones de que unos espíen a otros. Qué más da que el gobierno español escuche a los catalanes o que los marroquíes nos escuchen a nosotros. Todo el que puede escucha y recaba información, unos en aras de la protección y otros con la legítima intención de hacer negocio. Cuando pasen los años, no sabemos cómo valoraremos esta especie de realidad de «gran hermano» en la que vivimos.
Y hablando de George Orwell, el resto de este episodio nacional de los espionajes recuerda mucho a ciertos pasajes de 1984, su inagotable obra maestra. Para calmar los ánimos de los catalanes, cuyo apoyo necesita el gobierno de Sánchez, se ha tomado la decisión de destituir a Paz Esteban, directora del CNI, de cuya labor poco se sabe. En la «neolengua» —que diría Orwell— de nuestro gobierno, esto no ha sido una destitución sino una sustitución. Sin duda, la esgrima lingüística de la que Margarita Robles parecía hacer gala al sacar de escena a Esteban recordaba a los ejercicios verbales que se describen en la novela mencionada, en la que lo malo era «nobueno» (nongood) y lo terrible era «doblemásnobueno» (doubleplusnongood).
Pero lo verdaderamente terrible es que esta malversación de significados y significantes también recuerda a otros regímenes de infausto recuerdo que no son ficción. El judío Víctor Klemperer, catedrático de Filología Románica en Dresde, publicó en 1947 un estudio sobrecogedor sobre la lengua del Tercer Reich, en el que analizaba la jerga con la que este régimen consiguió crear una nueva realidad que acabó en pesadilla.
Según la titular de Defensa, Paz Esteban no ha sido destituida, aunque busquemos en el diccionario «cabeza de turco» o «chivo expiatorio» y nos aparezca la imagen triste de esta funcionaria. Ya no entramos a valorar si había hecho bien o mal su trabajo. Alguien tenía que caer para aplacar los ánimos y le ha tocado a ella. Tras la destitución, ha bajado el nivel de decibelios de la bronca y Margarita Robles parece haber esquivado su propia caída, al menos de momento. Ella sabe y todos sabemos que Pedro Sánchez, que estuvo muerto y a los pocos meses resucitó, avanza por la política ajeno a las balas, como lo hacían aquellos zombis de las películas de los ochenta.
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