Los periódicos del viernes daban cuenta de la glamurosa presentación del plan España 2050: invitados de primer nivel y diseño futurista del escenario montado en el Museo Reina Sofía. Las opiniones más críticas han considerado el acto una nueva producción de la máquina ... de propaganda de Sánchez y Redondo; las más templadas (como la de Ignacio Marco-Gardoqui, publicada en HOY) ven interesante que se hagan planes de futuro, pero echan en falta la participación de todos los partidos para que el plan sea de todo el país. Y dudan de que se pueda planificar a treinta años vista algo más que las grandes infraestructuras. No tiene sentido que el Gobierno no sea capaz de detallar el plan de recuperación de la pandemia, que tiene que arrancar ya, y emplee energía y dinero en pintarnos de colores el año 2050.

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Además de los planes de futuro de Sánchez para España, el HOY del viernes informaba de algo mucho más cercano: las colas ante la Delegación del Gobierno para hacerse el certificado digital. Una buena idea que la Administración no esperaba que tuviera tanto éxito. A mí no me ha sorprendido que muchos extremeños acudieran a la convocatoria: sacarse ese certificado es engorroso y, por una vez, la propia Administración ponía las cosas fáciles. Los políticos deberían ser conscientes de que las relaciones de muchos administrados con la Administración son un calvario. Y la cosa ha empeorado durante la pandemia.

Ante la necesidad de hacer un trámite o conseguir una cita médica los ciudadanos nos hemos topado con un muro de teléfonos que nadie descolgaba, o con oficinas blindadas a las que no se podía acceder sin una cita previa que era imposible conseguir. Con la llegada del coronavirus la Administración, ya de por sí áspera para los menos hábiles, se convirtió en una fortaleza a la que los siervos/ciudadanos no eran capaces de acceder. Los teléfonos sin respuesta ejercían la función del foso que rodea los castillos para que nadie los asalte.

Tengo la sospecha de que la mayoría de los políticos no saben lo importante que es que los ciudadanos no se sientan maltratados en su relación con la Administración. Quizá porque ellos siempre disponen del comodín de la llamada para burlar los trámites farragosos, el recurso al conocido que obra el milagro de resolver la gestión más desesperante. Pero para la mayoría, que no dispone de ese comodín, es imprescindible que la Administración funcione de manera ágil y eficaz; que el éxito de una gestión no dependa de que uno se encuentre a un funcionario amable y eficaz. Es el sistema el que tiene que ser eficaz, siempre. La pandemia nos desespera, pero también ha dado un empujón a la administración electrónica. En esa dirección va el hecho de que cada día se puedan hacer más trámites con el certificado digital. De ahí el éxito de la convocatoria para hacerse con él. Y la Delegación del Gobierno se apuntaría un buen tanto si extendiese el plazo para facilitar el certificado a todo el que lo pida.

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Pero el avance hacia la digitalización no debería conllevar la exclusión de nadie. No todo el mundo sabe relacionarse de manera digital con la Administración. Y bien triste sería crear una sociedad en la que quien no sabe usar un ordenador o no tiene un hijo o un nieto que lo haga por él se siente un paria. Pedro Sánchez tiene la vista puesta en 2050, pero en 2021, en Extremadura, todavía hay personas a las que les cuesta leer y escribir. La verdadera reforma en España consistiría en simplificar y desburocratizar la Administración. Humanizarla también. Se trataría de hacer menos antipático al Estado hoy, ahora, en lugar de fantasear sobre cómo será España en 2050. Fíjense qué fácil.

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