Lleva en su apellido Carolina Yuste un guiño hacia su tierra, por esas extrañas parentelas que tantas veces esconden las palabras. Pero me pregunto de dónde ha salido esta enorme actriz pacense que con cinco minutos en pantalla les roba el protagonismo a todos los ... protagonistas. Ya ganó el Goya a la mejor actriz 'de reparto', que es el nombre que ahora les dan a los secundarios, en una costumbre copiada a Hollywood que trocea injustamente a los intérpretes y los clasifica en principales y accesorios. Secundarios era un adjetivo injusto, al menos en el cine español, donde siempre fueron mejores que los galanes y las estrellas: José Isbert, Rafaela Aparicio, José Bódalo, Agustín González, Julia Caba Alba, Luis Ciges, Chus Lampreave, Luis Zahera…
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De dónde ha salido esta Carolina Yuste que se pone ante la cámara y la cámara se enamora de ella y la busca y la persigue. Que se sube a un escenario y las tablas se estremecen con su paso. Que baila sevillanas, pero bailaría igual de bien un vals con música de cámara.
Carolina Yuste sabe expresar amor, miedo, valor, soledad, fortaleza, ternura sin violentar las reglas de la interpretación, sin despliegue de muecas ni aspavientos, sin gritos ni alardes, sin 'crescendos' ni batimanes, con una naturalidad apabullante, con esa cualidad de los mejores intérpretes para emocionar a los demás sin descomponerse ellos. Sabe dramatizar una situación sin tirar de desgarro, ponernos un nudo en la garganta sin recurrir al llanto. Actriz poliédrica, en una secuencia nos despierta una sonrisa y, cinco minutos después, nos provoca una lágrima. Es tan buena intérprete que se diría que no necesita interpretar, no importa cuál sea la geografía narrativa, un barrio de Sevilla o una calle de Cornellá, una discoteca de Benidorm o un bazar en la Usera 'made in China'. A un buen puñado de personajes les ha prestado de tal modo su piel, su voz, su rostro que es imposible imaginarlos en un 'remake' con otra actriz.
Su imagen se fija largamente en la memoria después de cada película, sin desgaste ni mengua con el diluvio de los días, porque la suya es una belleza original, diferente de esas perfectas bellezas anodinas, placebos visuales que no alteran la temperatura emocional del espectador, tan relucientes de lujo y maquillaje que te impiden ver quién hay detrás, a las que vemos sin ver y si te he visto no me acuerdo.
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Y puesto que ha conseguido levantar grandes personajes con actuaciones secundarias, me pregunto hasta dónde llegará cuando tenga en las manos un gran papel protagonista para ella sola.
En un principio parece que su aspecto –la finura, la morenez, el pelo negro– la destinan a encarnar tipos populares de la vida vivida, de las barriadas del cemento, del extrarradio de protección oficial. Pero puedo imaginarla vestida tanto de chándal como de seda, tanto de harapos como de armiños, de bandolera como de emperadora, de Carmen como de Eugenia de Montijo. Bajo su estilo y su aplomo, que la validan para interpretar a las minorías, hay un rasgo común que impone en todos sus trabajos: un fondo de inocencia inmarcesible, una pureza de corazón que no destrozan ni el ambiente, ni las penurias, ni las malas compañías. Y hay también asombro en sus ojos ante el espectáculo del mundo, ante las miserias y los prodigios del corazón humano.
Ya está en sus manos el premio Reyes Abades en los San Pancracio y un Goya por 'Carmen y Lola', una película poética, intensa, que elude el peligro de desgarro excesivo, que la hubiera convertido en una secuela de 'Bodas de sangre'.
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Pero no es una locura pensar que le llegarán más cabezones, porque está capacitada para cualquier reto, para sacar chispas y para apagar fuegos, para hacer de virgen y de vamp, de gitanilla y de marquesa, de fantasma y de casta diva, de heroína y de villana, de Amy Winehouse y de María Callas, en películas dirigidas por hombres o dirigidas por mujeres. Un día va a hacer un papel de reina y nos va a dejar a todos con la boca abierta. Frente a los malos intérpretes que agotan pronto su provisión de gestos, el repertorio de Carolina Yuste aún guarda profundas reservas vírgenes.
Ahora ha vuelto a trabajar con Arantxa Echevarría en 'Chinas', una película muy original sobre la comunidad china en España, sea por la inmigración, sea por las adopciones de niños y niñas de aquel país. Algunas secuencias son extraordinarias, otras no tanto; algunos personajes son redondos, a otros les cuesta un poco más rodar sin tropiezos.
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Entre ellos anda Carolina Yuste aportando naturalidad y convicción, consciente de que los mismos anhelos y tormentos se esconden tras los ojos rasgados que tras los ojos redondos, que no son el tono de la piel o el pliegue de los párpados lo que nos distingue.
La película termina con el gran desfile de la fiesta anual china en Usera y con Carolina Yuste esperando entre el bullicio de dragones una respuesta con que cerrar la historia. Una respuesta que no llega. Como la vida misma.
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