La gigafactoría

Frente a quienes defienden el mercado como único motor del progreso y de la economía, esta intervención pública demuestra una vez más la importancia del Estado en el desarrollo o atraso de las regiones

Eugenio Fuentes

Domingo, 24 de septiembre 2023, 08:16

Tan desengañados estamos en Extremadura con el fracaso de cualquier proyecto industrial que ya tampoco creíamos en el de la gigafactoría en Navalmoral de la Mata. En estas tierras, donde todo lo industrial es mini, sonaba muy bien el prefijo 'giga'. Sonaba tan bien que ... no lo creíamos. Pero finalmente la concesión de 300 millones de euros de los fondos PERTE para su construcción es una magnífica noticia, aunque la fábrica sea de propiedad china. Dará un impulso económico y social a todo el Campo Arañuelo.

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Frente a quienes defienden el mercado como único motor del progreso y de la economía, esta intervención pública demuestra una vez más la importancia del Estado en el desarrollo o atraso de las regiones. El papel de los gobiernos es fundamental para equilibrar los territorios, para favorecer el capital productivo y para poner límites al capital especulativo, que no genera puestos de trabajo.

Frente a ese tópico que sostiene que la mastodóntica maquinaria pública es lenta e ineficaz para el desarrollo, al contrario que la agilidad del capital privado, Mariana Mazzucato demuestra con números y datos en su excelente libro 'El Estado emprendedor' cómo la decidida intervención de los gobiernos de Estados Unidos o de China fue fundamental para el desarrollo de internet, o para el de las energías limpias en Alemania o Dinamarca.

El Estado tiene una paciencia que le falta a la inversión privada, siempre buscando rendimientos a corto plazo y con la garantía de que serán recuperados en un plazo máximo de tres o cuatro años. Para avanzar en I+D+I (investigación, desarrollo e innovación), se necesitan fondos iniciales y mucho valor para tomar decisiones. Y por más que se publicite lo contrario, quien más empuja es el sector público, y no la empresa privada, más conservadora. Hoy siguen siendo los países del norte de Europa los que invierten en investigación un mayor porcentaje de su PIB, y no los países mediterráneos, que, sin embargo, son acusados de intervencionismo estatal. En las naciones más avanzadas el Estado se encarga de la investigación básica y, luego, guía la transición para que las empresas se encarguen de la investigación aplicada, porque siempre lo más costoso es conseguir el prototipo, lo rentable es la fabricación en serie.

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En la I+D+I el capital privado siempre llega más tarde, se queda esperando a que el catalizador público haya desbrozado el terreno con las retroexcavadoras y pavimentado el camino para afrontar los primeros riesgos. Y solo cuando el Estado ha tendido las infraestructuras y ejecutado los primeros ensayos de prueba y error en esta etapa semilla, el capital privado entra para encargarse entonces de la prueba y acierto.

El papel de los estados es preparar los entremeses para estimular el apetito inversor del capital privado. La inversión pública es como el corredor liebre que en las carreras de fondo asume el desgaste inicial para dejar la última parte al atleta elegido, mientras él se retira a segunda fila, a la espera que recibir su recompensa con la posterior recaudación fiscal, el aumento de los puestos de trabajo, el crecimiento de la competitividad nacional en el mercado exterior.

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Y aunque esta situación en que la empresa privada socializa los riesgos y, en cambio, privatiza los beneficios puede sonar extraña y desequilibrante, los resultados demuestran que esta relación de simbiosis funciona. Los países que invierten en I+D+I generan ingresos y aumentan el PIB y el bienestar de sus ciudadanos, que disminuyen en los países que van a rebufo. Y el bien común es el objetivo final del progreso.

Tras el éxito de Apple está la capacidad visionaria de Steve Jobs, pero su éxito no habría sido posible sin las grandes inversiones iniciales del gobierno estadounidense para crear en Silicon Valley las infraestructuras necesarias y poner a disposición empresarial investigaciones estatales que venían desarrollándose desde los años 60 y 70 sobre aplicaciones que entonces parecían ciencia-ficción: el GPS, cuyo funcionamiento se apoya en satélites estatales; la pantalla táctil, que prescinde del teclado y del ratón; las tecnologías para convertir en energía eléctrica la luz del sol…

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Todo nuevo invento destruye algo del pasado, se lleva por delante una forma de vida: el tren y el coche acabaron con las diligencias, la calefacción con las chimeneas y la medicina con los curanderos.

Mariana Mazzucato, que ha colaborado con el partido laborista británico y con Naciones Unidas, demuestra en su magnífico libro que finalmente el Estado inversor termina recibiendo en bienes, impuestos y paz social una parte de esos beneficios a los que él contribuyó.

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El reto social es destinarlos a restañar las heridas provocadas por la muerte de lo viejo y a invertirlos en nuevas inversiones para continuar con más I+D+I, de modo que su impulso no sea un hecho aislado y desencadene un proceso hacia el desarrollo.

¿Es una vez más ciencia ficción o podemos soñar que algo de esto ocurrirá en Navalmoral de la Mata?

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