llevábamos mucho tiempo esperando para ir a Masatrigo. Esperábamos a que lloviera y aumentara el bajísimo nivel del pantano de La Serena, porque el cerro resplandece cuando el agua le moja la cintura, y ahora apenas le refresca los tobillos. Pero no llega el agua ... de la primavera y la primavera se está yendo, y en este clima desesperante se nos venía a la cabeza el romance lorquiano, 'Aunque sepa los caminos, yo nunca llegaré a Córdoba'. Así que llenamos las cantimploras y salimos hacia allá.
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Llegando por el norte, desde Puebla de Alcocer, el paisaje despliega de repente el telón ante el viajero y aparece el escenario mágico del cerro Masatrigo, tan circularmente armónico que parece un decorado. Es un cono perfecto, una clepsidra geológica tallada entre la erosión y las fuerzas telúricas, un cucurucho de menta sobre el helado azul del gran pantano. Ubicado entre la Serena y la Siberia y declarado Monumento natural de Extremadura, Masatrigo es un pecho femenino que emerge del agua para tomar el sol. Es una montaña madura, sin el afán flamígero y ardiente de las orgullosas montañas del norte de Extremadura, porque ni el pantano de La Serena es profundo ni son altos los cerros que lo delimitan, pero con un perfil excepcional, lleno de gracia y armonía, de una singular arquitectura. Su atractivo estético no ha pasado desapercibido y, antes que el caucho de las chirucas del viajero, ya lo ha recorrido el caucho de los Peugeot, Renault, Mercedes y Porsche para su promoción comercial.
Su nombre quizá hace referencia a la forma cónica que toma el trigo cuando se amontona separado de la paja. Y al viajero enseguida le evoca el de otro topónimo y otro cerro similar, el Montón de Trigo, un collado igualmente cónico en terrenos de El Torno, lamido por las aguas del río Jerte. Me gustó tanto aquel sitio que lo incorporé a la imaginaria geografía de Breda y lo convertí en el lugar clave donde se desarrollan batallas de la Guerra Civil en mi novela 'Si mañana muero'.
Pero, contra lo que sugiere su nombre, es difícil imaginar aquí un campo de trigo cuajado de amapolas. La inclinación del terreno, la escasa capa de tierra fértil, los cantos rodados y el sarpullido de cuarcitas impiden el cultivo del siempre apacible cereal. Masatrigo ahora es una garriga donde crecen encinas, acebuches y pinos y, entre los arbustos, esparragueras, piruétanos, retamas, cantuesos, geranios silvestres, leche de gallina, chirivías y orquídeas avispa.
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Al llegar al aparcamiento ubicado al inicio de la mayor rotonda de Europa, formada por la carretera de un solo sentido que rodea Masatrigo, la temperatura es magnífica. Cada día el sol brilla más horas y está más cerca, pero todavía no hace calor. Quizá dentro de dos meses sudaríamos para subir hasta la cumbre, pero hoy una brisa fresca y juguetona va y viene del agua a la cima, de la cima al agua. Es como respirar la primavera y el verano al mismo tiempo.
Se puede cincunvalar el cerro por los caminos sombreados por pinos piñoneros o subir hasta lo alto por un sendero corto, pero empinado. Si la pereza no te impide alcanzar la cumbre, habrá merecido la pena al sentir ese inexplicable placer de contemplar un paisaje desde las alturas. Arriba, el viajero siente que lo rodean una soledad, un silencio y una ausencia de civilización que sólo parecen posibles en una región llamada Siberia Extremeña y, al mismo tiempo, ante el eterno y vasto panorama, es consciente de su propia pequeñez, de su insignificante temporalidad.
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Desde arriba se contempla un paisaje inaudito en el interior de Extremadura, una dilatada ondulación de cerros y serranías en cuyas vaguadas se adormecen las aguas de los pantanos del Guadiana. Algunas nubes, delicadas y elegantes, interfieren con el sol y bajo los rápidos movimientos de luces y sombras, un cielo vanidoso parece que nos grita: Miradme bien, mirad qué hermoso soy con este azul de fondo y estas nubes blancas en mi pelo. La brisa araña y levanta hilachas de piel blanca de la superficie líquida, acharolada por el sol. La yuxtaposición del azul del agua con el verde de la tierra –azul pavo real y verde lagarto– embellece el panorama.
No caeré en el error de considerar que este paraje, con toda su perfección, con esa magia que adquiere la libertad de la naturaleza cuando se conjuga con la perfección de la geometría, es el centro magnético del mundo. Aun siendo extraordinario, Masatrigo es más hermoso visto desde lejos que desde dentro. Dentro de él, se pierde su perspectiva cónica, aunque mantiene la belleza panorámica desde la cumbre. Quizá ocurre así con todas las figuras geométricas, la perfección de una estrella o de una esfera se aprecia mejor desde el exterior, no desde su seno.
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Mientras camina de regreso, el viajero va pensando en dos Guerreros que, en su infancia esparragoseta, debieron de subir muchas veces este Masatrigo antes de la llegada de las aguas. En la sabiduría de Víctor Guerrero Cabanillas y en la música inmortal de Pablo Guerrero: «Que tiene que llover, tiene que llover, tiene que llover, tiene que llover a cántaros».
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