Las nieves del Pinajarro

Este enero por fin, con su habitual discreción, con su eterna delicadeza, ha llegado la nieve. No mucha, pero ha llegado. El invierno, como a plazos, ha dado la cara

Eugenio Fuentes

Domingo, 9 de febrero 2025, 08:23

Como si lo levantara una palanca, el sol invernal asoma poco a poco por la cima blanca del Pinajarro, al principio muy despacio, con esfuerzo, pero no tarda en coger velocidad y ligereza hasta trepar la sierra, destrenzando las hilachas de algunas nubes enredadas en ... las crestas.

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En las primeras semanas del año, bajo el frío, el paisaje de Hervás es muy distinto al de los fastos del otoño, cuando en los bosques de hoja caduca se impone la aristocracia del bronce, y al de la primavera, que aún no anuncia las tamborradas de pájaros y flores. Los castaños siguen desnudos, aunque dentro de dos meses se habrán vuelto locos echando brotes. En este intervalo de espera, si en la sierra falta la nieve, el paisaje no alcanza todo su esplendor.

Y este invierno amenazaba con no serlo, los termómetros seguían encallados por encima del 0º, y solo había dejado unos asomos blanquecinos, como de caspa, más fruto de las heladas que de las nubes. En los últimos años, aplastada por el cambio climático, la sierra ha aguantado a duras penas el mono que le causa la abstinencia, sin aquellos diciembres en los que el agua quería ser nieve y el rocío quería ser escharcha.

Pero este enero por fin, con su habitual discreción, con su eterna delicadeza, ha llegado la nieve. No mucha, pero ha llegado. El invierno, como a plazos, ha dado la cara, ha mostrado su carácter y las nubes que bajaban del norte se arquearon sobre los picos y rodaron por las laderas. Herminia trajo a Ivo de la mano y entre ambos tendieron sobre los lomos de Gredos unas libreas blancas que luego han consolidado algunas heladas de acero. No es un manto denso, porque el cambio climático sigue presente, pero ha ido más allá de la emulsión de agua y copos que en los últimos años era la única concesión que el clima regalaba, una fatigada aguanieve tan fugaz como poco productiva.

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Y esta mañana, con el sol asomado, el viajero comienza a caminar hacia las nieves del Pinajarro, 'el Sinaí del Ambroz', en feliz hallazgo lingüístico de Marciano Martín Manuel. Las lluvias y el frío de días anteriores han dejado el aire despejado, repleto de oxígeno que limpia los pulmones y purifica la cabeza, y por el aire cristalino llegan los ladridos de algunos perros y el sonido de los cuartos del reloj de la iglesia de Santa María, que conserva algo de su antigua arrogancia, de cuando era una fortaleza.

A medida que va ascendiendo de cota, más lejos va quedando la leñosa Hervás. Agazapada en un pliegue del valle, donde el Ambroz está a punto de llegar al llano, la villa engaña, es mucho más de lo que parece, no se limita a su atractivo barrio medieval, que sobrevivió a los devastadores años sesenta sin hormigonarse, quizá porque las calles eran demasiado estrechas y las casas demasiado pequeñas.

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Los escenarios y paisajes hervasenses han atraído a la plataforma Netflix, que desde octubre está rodando en los estudios Auriga, en el laberinto del barrio judío y en parajes naturales la serie 'El cuco de cristal', basada en una novela de Javier Castillo. Cuando termina la jornada y se apagan los focos, los actores se limpian el maquillaje, se abrigan bien contra la invernada y conviven en los restaurantes de la villa con los extras, con los turistas, con peregrinos que recorren la Ruta de la Plata, con una grupeta de ciclistas que se recuperan después de dejarse las fuerzas en las rampas de la ruta Heidi o con algún artista esquivo que por aquí tiene su refugio. Algunos hacen amistad con las dueñas de las tiendas que los surten de productos locales y les cuentan las viejas historias del lugar.

El caminante, que no es ningún especialista en montaña, no pretende alcanzar la cumbre del Pinajarro, que en invierno se resiste a las visitas y se diría que necesita estar solo, sin alterar su paz por allí arriba, entre los maxilares de Gredos. Pero sí llega hasta donde el paisaje ya es completamente blanco y el sol rebota contra la nieve virgen, que quema doblemente el rostro, por el frío y por la luz, y conviene ponerse crema protectora incluso bajo la barbilla.

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En soledad y silencio, el caminante alza la vista y contempla la nieve más densa cuanto más alta, el bosque desnudo, el cielo azul donde una rapaz ausculta con el pico la temperatura del aire, la naturaleza toda que sigue cumpliendo sus leyes, viviendo y dejando vivir, recuperando fuerzas para la primavera.

Aquí arriba todo resulta claro, cuerdo y comprensible, y por ahí lejos todo es oscuro, confuso y enloquecido. Aquí solo se necesita un bastón para no resbalar con la helada y, en cambio, por ahí se necesitan escudos y corazas contra las balas de los francotiradores. Envuelto en esta paz, cuesta creer que los fanáticos con su brutalismo ideológico estén haciendo el mundo más feo, levantando muros en las fronteras, amenazando con desbaratarlo todo, bombardeando en los hospitales a la población civil, lanzando bravuconadas, comprando armas y empeñados en demostrar quién es más valiente, cuando casi siempre el valor es el alarde de quien no tiene otra cosa que ofrecer.

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