A quien no conozca el valle del Ambroz en otoño, quizá le sirva de orientación este anticipo para saber lo que sucederá por allí en los próximos meses: la comarca, en la falda sur de Gredos, linda por el norte con Ávila y Salamanca y ... alcanza en el Calvitero (2.399 metros) el techo de Extremadura, en el vértice geodésico entre las tres provincias. Estamos en territorio de montaña y, aunque aquí no se alcanzan las alturas de las pechugonas montañas de los Pirineos ni crece la flor del edelweiss alpino, sus cumbres ofrecen unas preciosas perspectivas. Por el este, el puerto de Honduras, tan querido por los ciclistas, la separa y la une con el Valle del Jerte y desde arriba se contempla hacia el oeste todo el valle, el enorme espejo de agua del pantano Gabriel y Galán y, al fondo, tras cruzar el Alagón, los serrejones de las Hurdes y, tras ellos, la Sierra de Gata. Si uno se asoma hacia el este, ve todo el Valle del Jerte que se abre hacia Plasencia.
Aquí despliega Gredos, pues, el vuelo de piedra de su última falda, en las cumbres peladas de vegetación por las navajas del hielo y progresivamente cubiertas con los arbustos del frío, con robles y castaños, algunos de ellos parasitados por el astuto muérdago. Toda esa flora ofrece en el otoño un paisaje arbolado de hoja caduca infrecuente en Extremadura, donde prevalece el gris olivo y el verde oscuro de la encina perenne.
Este es el reino de las plantas con tronco, frente a los cultivos mecanizados de las plantas de tallo. Aquí estamos en los dominios del bosque y la madera, pues no queda sitio para la ganadería extensiva: no abundan las dilatadas llanuras para vacas, ni las lomas para ovejas y no sé si resultan rentables los rebaños de cabras. El del Ambroz es un monte fértil para la foresta: da la impresión de que si arrojas al suelo una castaña, cuando pasas por allí al año siguiente ya habrá crecido un árbol..
El río Ambroz que da nombre a la comarca nace a los pies del Pinajarro (2.099 metros), a menudo cubierto de nieve. En su corto trayecto de tan solo 42 kilómetros se alimenta con los abundantes manantíos de Gredos, algunos desde territorios salmantinos, y con el caudal de los arroyos que escurren de toda la Trasierra, con los que no tarda en armar un caudal que va configurando su personalidad: verde y pelirrojo, enérgico y fibroso, humilde y servicial.
En su tramo alto, por encima de la Chorrera y de las Charcas Verdes, es solo un arroyo que gargantea Pinajarro abajo. A medida que va reclutando veneros, coge fuerzas y salta, brinca y cascabelea, hace malabares con el agua, se remansa, se esconde y reaparece. Sin el prestigio del Jerte ni del poderoso Alagón, en el que afluye, el Ambroz es un río más caudaloso de lo que sugiere su corto recorrido. Y más lo sería sin el exhaustivo aprovechamiento de toda su cuenca para nutrir los pantanos de agua de boca para los ocho pueblos de la comarca, para los múltiples huertos y prados que riega su caudal, para alimentar mil fuentes y pozos y para llenar las muy gratas piscinas naturales construidas en los pueblos aprovechando las pozas y alvéolos en el propio Ambroz o en sus gargantas afluentes.
Al llegar al llano, el Ambroz se tranquiliza, cambia su nombre por el de río Cáparra y en ese tramo bajo, menos atractivo, se rodea de encinas y de alcornoques, a los que la sangre les corre tronco abajo, hasta los pies, cuando son desollados en invierno.
Si el año es lluvioso y ha nevado en las cumbres, el pequeño Ambroz baja crecido en primavera, soltando puñetazos a las piedras de los márgenes, en un espectáculo curioso. Pero el mejor momento para recorrer el río y conocer el valle es el otoño, cuando el frío que baja desde Gredos enrojece las ancas de la sierra y tiñe todo el bosque con un baño de bronce. Si el Jerte es la primavera garrapiñada de los cerezos en flor, el Ambroz es el otoño humeante de las castañas asadas. Su bosque de árboles autóctonos –aquí no hay eucaliptos– es de los más hermosos de Extremadura: bien conservado y bien cuidado, pero con ese punto salvaje que lo aleja de la perfección artificial de los sotos ingleses o de la geométrica jardinería francesa. El castañar de Hervás es misterioso y al mismo tiempo es apacible; es enorme de extensión, pero no inabarcable; es denso y compacto, pero no infranqueable.
Y como no todo es naturaleza, en las mismas orillas de su corto trayecto se reúnen tres magníficos ejemplos de patrimonio histórico artístico: la judería de Hervás, el misterioso palacio de Abadía donde habita la fantasmal Andrómeda y los restos romanos de Cáparra, con su excepcional arco cuadrifronte.
Ahora, el Otoño Mágico del Valle del Ambroz ha recibido del Ministerio de Industria y Turismo la categoría de Fiesta de Interés Turístico Internacional. Y parece que el río corre y salta con alegría celebrando el premio para compartirlo con nosotros. Es una buena excusa para curar los ojos infectados de bytes con el aire y la luz de esta comarca.
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