En la novela negra es frecuente introducir una advertencia inicial en la que se afirma que la narración y los personajes son fruto exclusivo de la imaginación del autor y que cualquier parecido con la realidad es puro azar.
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Con esa nota se echan ... balones fuera, el relato se coloca en el territorio de la ficción y no aspira a ser creído. Se levanta así un cortafuegos preventivo por una posible coincidencia o porque, en efecto, el escritor se haya inspirado en algún suceso verídico, lo cual podría acarrear consecuencias en sociedades muy judicializadas. Los afectados podrían demandar al novelista por haberlos usado sin pagar derechos de autor. Y la actual moda del 'true crime' se está revelando muy rentable económicamente… ¡para los delincuentes!, como se ve en los casos de Ana Julia Quezada, condenada por el horrible asesinato del niño Gabriel Cruz, o de Constantin Gabriel Dumitru, el autor del robo de los famosos vinos en el restaurante Atrio, sobre cuyos delitos se pretende filmar series de televisión.
Los historiadores, por el contrario, siempre presumen de la veracidad de lo que afirman en sus tratados y, para demostrarlo, aportan datos y documentos con el mismo detalle y rigor que un fiscal ante un jurado. Y está bien que así sea, cada disciplina tiene su método y su estilo. Ni me gustan los tratados de Historia que se leen como novelas ni las novelas que se leen como tratados de Historia.
En lo que sí coinciden ambas disciplinas es en la importancia del pasado, que condiciona, determina y explica lo que sucede en el presente. Como en la novela policiaca a menudo la acción comienza 'in media res' con la aparición de un cadáver, el detective siempre está mirando hacia atrás, donde se ocultan las claves del misterio.
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Quizá por eso la novela negra marida tan bien con la Historia y no son pocas las ambientadas en el pasado, donde se intenta conciliar el curso fijo de la Historia con el curso libre de la fantasía. No me resulta difícil imaginar una sangrienta lucha de poder entre centurias y legiones, un misterio truculento en conventos y castillos medievales, unas muertes por veneno en palacios renacentistas o en mansiones burguesas de las primeras sociedades urbanas. De cuando en cuando aparece algún libro que las mezcla con acierto: 'El nombre de la rosa', de Umberto Eco, 'Los lobos de Praga', de Benjamin Black, 'La taberna de Silos', de Gonzalo G. Acebedo.
En cambio, que yo sepa, la novela negra no concilia tan bien con la ciencia-ficción y su bibliografía no es tan abundante, con algunas excepciones, como las obras de Rosa Montero protagonizadas por Bruna Husky. No acabo de imaginar con qué armas se cometerán los delitos del futuro ni qué tipo de misterios habrá en el XXII, con las tecnologías rodeándonos por todas partes, si es que seguimos siendo como ahora somos y no una mezcla carnal y biónica, una nueva especie regida por un chip. Ni siquiera sabemos si seguirán escribiéndose novelas. Quizá la inteligencia artificial haya aprendido a perfeccionarse a sí misma y haya impuesto su tiranía absoluta: lo sabrá todo de nosotros, lo que hemos comido cada día de nuestra vida, lo que hemos pensado, lo que deseamos o nos da pánico. Y lo más temible: no sabemos si será indulgente con nosotros, los pobres e imperfectos seres humanos…
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Aunque quizá yo esté equivocado y surjan novelas negras en el año 2124 donde se asuma que nunca aprenderemos nada, que nunca seremos mejores, que seguirán existiendo los dos ingredientes necesarios del género, el misterio y el dolor, la capacidad de hacernos daño unos a otros, que hasta ahora no ha cambiado por más que cambien las épocas, las geografías, las razas, las creencias, las ideas.
Esa mirada hacia atrás crea un cordial parentesco entre Historia y novela negra. La Historia es memoria de las civilizaciones, memoria escrita, oral, arqueológica, memoria de la piedra, del barro, de las ruinas, de los huesos, de los pergaminos, de la correspondencia, de las imágenes artísticas. La Historia habla de pueblos que existieron y ya no existen, de guerras y batallas, de victorias y derrotas, de víctimas y verdugos. Y también la novela negra analiza una nota, un hilo, una huella, un cadáver como el historiador analiza legajos y tumbas. Y ambas, desde luego, hablan de autopsias de los cuerpos y recurren al ADN.
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Ambas investigan, sí, pero se diferencian en que los historiadores pretenden conocer las atrocidades para que no vuelvan a repetirse y en la novela negra se cuentan historias atroces aun sabiendo que volverán a repetirse. En que la Historia aspira a contar la verdad y la novela negra es ficción que no aspira a ser creída… hasta que llegó la fiebre del 'true crime', que une las dos prácticas.
Los escritores negros tal vez pueden aprender de los historiadores el rigor en los procedimientos y en el proceso de causa-efecto. Y los historiadores de los escritores negros… bueno, quizá las novelas negras puedan ayudar a comprender mejor la biografía de algunos reyes, de algunos caudillos, de algún tirano.
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