![Exilios](https://s3.ppllstatics.com/hoy/www/multimedia/202101/26/media/cortadas/op-tinoco-alburquerque-kpiE--1248x770@Hoy.jpg)
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Hay muchas clases de exilio. Afortunadamente, no soy un especialista en la materia, pero hasta donde se me alcanza no es lo mismo el exilio de Puigdemont que el de –por hablar de un caso– Antonio Machado que, según recuerda Manuel Vicent, mañana hará 82 ... años que cruzó la frontera para siempre. O por hablar de muchos que no fueron poetas, los de quienes huyendo de la Victoria acabaron cazados como conejos por la Gestapo y murieron en Treblinka o en Auschwitz. Al parecer, a nuestro vicepresidente segundo del Gobierno esos exilios le parecen el mismo que el del expresident de la Generalitat, huido para escapar de las leyes de una democracia. Si eso lo hubiese dicho Quim Torra, por ejemplo, le habría servido para abundar en su justificada fama de supremacista. Pero no, ha sido Pablo Iglesias, gobernante nuestro. Imagino que Iglesias no estará muy de acuerdo en la asentada evidencia de que Machado murió en Colliure de pena, y se abonará al 'hecho alternativo' de que en realidad murió por mala suerte, simplemente porque no pudo llegar a Waterloo, hacia donde se dirigía y donde, de haber llegado, hubiera vivido en un ambiente que le permitiría escribir los versos más alegres cada noche al amor de la chimenea. Nada de añorar, a pesar del cielo de Bélgica, «esos días azules y ese sol de la infancia».
Pero, como digo, hay muchas clases de exilio. Algunos, incluso, no parecen tal, aunque yo crea que lo son. Cada vez que la actualidad nos recuerda que Alburquerque vive desde hace años una situación de excepción, aparecen casos de vecinos que se van del pueblo contra su voluntad, que es la primera acepción del sustantivo exilio. Una exiliada de hace una década fue Antonia Matador, que dejó Alburquerque camino de Bilbao a raíz de que el entonces alcalde, Ángel Vadillo, le amenazase desde la radio con desvelar asuntos de su vida privada. Por ello, acabó condenado a dos años y medio de prisión, pero Pedro Sánchez lo indultó a cambio del poder en Alburquerque, aunque por el camino el PSOE perdiera los principios.
Y aún hay más vecinos que se van de Alburquerque sin quererlo por la ejecutoria de Vadillo (y, desde 2019, de la alcaldesa socialista Marisa Murillo) y que, por desgracia, nadie toma por exiliados, aunque, insisto, me parezca que lo sean. A raíz de la huelga de hambre del policía Pedro Pulido hemos sabido que nueve de los once agentes locales se han marchado a otros pueblos, dando lugar a la chapuza de sustituirlos por una suerte de alguaciles. Y el pasado sábado, Francisco José Negrete, el corresponsal de HOY en Alburquerque, del que alguna vez he escrito, y aquí lo reitero, que los periodistas extremeños deberíamos quitarnos el sombrero al saludarlo porque pocos han sufrido tanto a causa de Vadillo por ejercer el periodismo. Negrete, digo, informaba de que solo queda una enfermera en la localidad para atender las cuatro residencias de mayores del Ayuntamiento. Hay otra, pero está de baja. El resto, como los policías locales, también se ha ido escapando del estado de excepción derivado del caciquismo de Vadillo (y de Murillo), que se manifiesta en el silencio a que somete a los vecinos y en no pagar las nóminas. Lo dicho: exilios, sí. Y de muchas clases. Ninguno como el de Puigdemont, señor Iglesias.
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