Pues tampoco era para tanto, se felicitan los partidarios de los indultos. Los independentistas condenados en 2017 salieron de la cárcel y soltaron sus bravuconadas, pero ni el cielo se derrumbó sobre nuestras cabezas ni España ardió por los cuatro costados. Ya sabemos que ... la quema nocturna de contenedores y comisarías es especialidad de los 'indepes' no de ciudadanos que, por más indignados que estén con la medida de gracia, respetan la ley.

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¿Ha sido un éxito la operación indulto? Habría que concluir que sí cuando hasta la cúpula de la patronal, los sindicatos y la Iglesia católica la han apoyado. Qué más puede pedir Pedro Sánchez. Concordia habemus.

La campaña pro indultos que activó el Gobierno hace un mes, este gesto de tender la mano a ver si esta vez no nos la muerden, no solo ha convencido a obispos y empresarios, sino a más de un ciudadano receloso. No es que de repente los indultos se vean justos, pero es tal el hartazgo que ha generado el conflicto catalán que muchos desearían que Pedro Sánchez tuviese éxito en el empeño de reconducir la situación.

Pero, reconozcan conmigo que es difícil hacer ese acto de fe. No hay ninguna señal de que el secesionismo vaya a rebajar su programa de máximos. Todo lo contrario. ¿Qué se puede esperar de un líder, Oriol Junqueras, que dice que los indultos demuestran la debilidad del Estado? Un gobernante se puede permitir ser magnánimo, como presume de serlo Sánchez, pero mal negocio si aparenta ser débil, porque su debilidad es la de todos los que creemos en el estado de derecho. De ahí la desconfianza en que este gesto (el perdón, dice el presidente del Gobierno) sirva para algo.

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Los españoles sabemos que, en realidad, los indultos no son el fin de trayecto, sino el primer paso de una operación que Junqueras tiene muy bien medida. No se trata de convocar otro referéndum por las bravas pasado mañana. Ese camino ya se cegó en 2017. El objetivo ahora es lograr más dinero y más poder para la élite política, social, empresarial y cultural que manda en Cataluña; los que viven de maravilla jugando magistralmente la baza del victimismo con España envueltos en la bandera del independentismo.

En realidad, los secesionistas ganaron su batalla cuando el PSC se apuntó a la idea de que el nacionalismo es de izquierdas. Que se puede ser socialista y defender un referéndum de autodeterminación en un país democrático como España. Una consulta cuyo propósito es que los ricos se separen de los pobres. Miquel Iceta, que es un buen termómetro de qué piensan los socialistas catalanes, ya dijo hace unos años que en el momento en que un 60% de los catalanes (ahora no llegan a la mitad) apoye la independencia, no habrá manera de pararla. Y en esa fase están.

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Fracasado el referéndum del 1-O, toca conseguir ese 60%. No es imposible: basta continuar con la ingeniería educativa que alecciona en el independentismo victimista a los escolares. Si al adoctrinamiento tenaz en las escuelas se le une la presión para que a quienes no profesan el independentismo les resulte incómodo vivir en ciertos lugares de Cataluña, el proceso se puede acelerar.

Creer, como opinan los más optimistas, que el suflé independentista va a bajar, es no conocer la esencia del nacionalismo supremacista. Y no nos podemos quejar, porque los nueve condenados por el procés no engañan. Ni Constitución, ni solidaridad entre los pueblos de España. 'Freedom for Catalonia' es su credo, resumido en la pancarta que enarbolaron al abandonar la cárcel. Lo sorprendente es que los partidos que se dicen de izquierdas hagan como que no se enteran y se lo compren.

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