No sé si son manías mías, que puede ser, pero me da la impresión de que la mayoría de los españoles contemplamos las elecciones catalanas que se deben celebrar dentro de una semana con una mirada entre el desapego y el hastío. Paso las ... páginas de los periódicos dedicadas a la campaña electoral y me cuesta detener la vista, qué pereza; y se me hacen infinitos los minutos que le dedican las televisiones a sus peleas.

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Si ya hace años que a muchos se nos estomagó el 'procés', imagínense cómo podemos contemplar ahora la repetición hasta la náusea del mismo blablabla mentiroso sobre la opresión insoportable que vive Cataluña.

Vemos a los candidatos frenéticos en sus mítines virtuales, lanzando consignas para atrapar la atención y es como observar una obra de teatro rancia con actores que repiten cansinos su papel sin advertir que el público hace tiempo que abandonó la sala.

No sé a ustedes, pero a mí, que siempre vi las reivindicaciones del independentismo como un despropósito, hoy, pandemia mediante, me resulta una obscenidad ver a los líderes políticos absorbidos en sus jueguecitos de poder mientras media España está con el agua al cuello como consecuencia de la covid. O son una banda de extraterrestres, o los marcianos somos nosotros.

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Si el procés siempre me pareció una revuelta de pijos, escocidos por tener que compartir su riqueza con los pobretones españoles, imagínense qué pienso ahora, cuando miles de empresas están amenazadas de cierre y millones de trabajadores alargan las colas del paro.

Leo 'hay que mantener viva la llama del procés', 'los exiliados', 'mesa del diálogo sobre Cataluña', 'tripartito' y no puedo menos que pensar que el independentismo sigue a lo suyo, impermeable a los consecuencias de una pandemia mundial.

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Habrán escuchado a expertos decir que 'nada será como antes de la pandemia'. Ni las relaciones sociales, ni la economía, ni los viajes, ni el empleo. Haremos teletrabajo, desconfiaremos de los extraños, nos seguiremos lavando compulsivamente las manos... Pero nadie sabe realmente cómo será nuestra vida ese 'día después de la pandemia'; ni qué cambios 'han venido para quedarse'. Otra frase hecha convertida en muletilla de expertos de medio pelo.

Lo que sí parece que sigue siendo como antes de la pandemia es la política. Ahí no hay cambios notables. O yo no los veo, que también puede ser.

El único cambio que yo columbro, (y que no me gusta) es el crecimiento de la desafección de los ciudadanos por la política. Me temo que igual que hoy miramos con fastidio las elecciones catalanas (porque no esperamos nada bueno de ellas), más y más ciudadanos acabemos contemplando hastiados el barullo que produce una clase política ocupada en mantener su cuota de poder en lugar de gobernar una situación complicada.

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Si a los ciudadanos no se le dan soluciones reales a la crisis aumentará la desafección y acabarán echándose en brazos de cualquier bucanero de la política que ofrezca recetas mágicas. Como Trump, por ejemplo.

Menos mal que estamos en Europa, me decía hace unos días un amigo. Menos mal. Porque si no estuviéramos en la UE, los adalides del 'ho tornarem a fer' (lo volveremos a hacer) y sus comprensivos amigos lo tendrían mucho más fácil.

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