Extremadura, reñida con su historia

TRIBUNA ·

Lo que debatimos es si Extremadura tiene vocación regional o simplemente se conforma con ser una circunscripción administrativa entre Castilla y Andalucía. Esta es la alternativa que, por acción u omisión, está favoreciendo el poder político extremeño

José Julián Barriga Bravo

Jueves, 8 de septiembre 2022, 10:14

Supe que era extremeño, o al menos tomé conciencia de serlo, una tarde de otoño en la Gran Vía madrileña compartiendo soledades con gentes llegadas de pueblos de la Campiña Sur y otras de Sierra de Gata, un enorme territorio situado a horcajadas entre Castilla ... y Andalucía. Éramos extremeños porque la necesidad o la ambición nos había impulsado a abandonar nuestros pueblos. Imagino que algo semejante les ocurriría a los gallegos o a los andaluces de la diáspora. Pero lo nuestro era cuestión diferente. A poca sensibilidad que uno tuviera, porque éramos jóvenes y además inexpertos, la situación de nuestra Extremadura nos «escocía» y pocas cosas unen y cohesionan más que las estrecheces compartidas. Por supuesto que existía un sentimiento regionalista folclórico, el de «somos los hijos del Gran Pizarro…», o, lo que es peor, el de «los dioses nacían en Extremadura». Existía también un regionalismo fundamentado en versos arcaicos… Vivíamos tiempos de delirios imperiales…

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Pero aquello es otra historia y tampoco es esta la oportunidad de debatir si el regionalismo, la autonomía extremeña en los tiempos más recientes de la Transición, fue o no un hecho impuesto o sobrevenido; si fue una demanda del pueblo o una imposición del poder central. El caso es que Extremadura alcanzó su oportunidad autonómica al calor de la democracia del 78. En un libro reciente cuya lectura recomiendo vivamente (‘Extremadura: Identidad/Cohesión/Progreso’, edición Club Sénior de Extremadura), el profesor García Pérez defiende documentadamente que el regionalismo extremeño nunca logró sobrepasar los límites de un movimiento cultural y jamás llegó a presentar los caracteres de un fenómeno estrictamente político. En el mismo libro, otro profesor extremeño, Sánchez Sánchez-Oro, llega a la conclusión de que, en la actualidad, «el aspecto identitario ha decaído de la ‘agenda oficial’. El problema identitario no es algo que preocupe a los extremeños ni a sus élites en estos momentos, que activan o desactivan el tema identitario en función de las diversas coyunturas a conveniencia». Algo muy común –digo yo– en todas las comunidades autónomas no «históricas».

Lo sorprendente es que en Extremadura existen dos hechos referenciales extraordinarios y algunos otros complementarios. Pero hemos abdicado de nuestra propia historia por la tradicional desidia de la sociedad extremeña o bien por voluntad política de los gobernantes. Y, sin embargo, esas dos referencias bastarían para construir un discurso regional que serviría para fundamentar el principal factor de cohesión territorial: la historia. Esos hechos referenciales son América y Guadalupe. Y los complementarios: el auge del humanismo extremeño en el Renacimiento, el empuje del pensamiento liberal y regeneracionista del XIX y, aunque mucho más lejano en el tiempo, haber ejercido la capitalidad de la Lusitania. El resto de las posibles «identidades» son factores derivados del infortunio de haber sido a lo largo de los siglos, incluso hasta tiempos bien recientes, un territorio feudal. Pero las elites que gobiernan han optado por silenciarlos, hasta el punto de que abordar el patrimonio histórico de Extremadura en América, y de América en Extremadura, así como el pasado intelectual de la Comunidad, resulta excéntrico o extravagante. Hoy día se dedica mayor atención, al menos presupuestaria, a fomentar el culto a Buda en Extremadura que a Guadalupe, que es una de las manifestaciones culturales más importantes de la herencia hispana en el mundo. Imaginen a Galicia, prescindiendo, por complejo o desidia, del Apóstol Santiago, a Cataluña de Montserrat o a Asturias de ‘La Santina’. Lo de Guadalupe respecto a Extremadura solo admite comparación con Compostela, y significa bastante más que Montserrat o Covadonga.

Mientras tanto, en estas fechas de finales de verano, la autoridad celebra el Día de Extremadura porque así lo exige el calendario. En tiempos no tan remotos recordarán que, en los comienzos de la andadura autonómica, el himno, la bandera, las campañas de concienciación regional de los gobiernos de Ibarra impulsaron un movimiento de autoestima regional potente, y de aquellas aguas seguimos regando esta huerta. Incluso existía un «programa de activación de la identidad extremeña». Hoy día, coincidiendo con las conclusiones del profesor Sánchez-Oro, el tema de la cohesión regional ha decaído, no está en la «agenda oficial», y en esta tierra nada existe si no está oficializado.

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Algún día los extremeños deberían pronunciarse sobre si quieren para su tierra una comunidad con identidad y cohesión o si, por el contrario, prefieren una autonomía de demarcación territorial, poco más que un distrito administrativo. En el fondo lo que debatimos es si Extremadura tiene vocación regional o simplemente se conforma con ser una circunscripción administrativa entre Castilla y Andalucía con las consiguientes influencias de uno y otro territorio. Aunque no lo expresen, esta es la alternativa que, por acción u omisión, está favoreciendo el poder político extremeño.

Tres conclusiones para terminar estas reflexiones:

Primera, las instituciones y la sociedad extremeñas han abdicado de su pasado histórico. No existen recursos ni voluntad para «rentabilizar» un legado que ha tenido honda repercusión en el desarrollo de la civilización occidental. La deserción académica de la UEx respecto a América es clamorosa. Busquen en los diarios de sesiones de la Asamblea de Extremadura o en los discursos de los presidentes de la Junta y, si encuentran alguna referencia destacada respecto al papel histórico de Extremadura en América, por favor, publíquenlo.

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Segunda, sólo la historia puede avalar un sentimiento regional que identifique, cohesione y vincule emocionalmente a la ciudadanía. Difícilmente se puede construir un discurso regional de identidad, de cohesión, que propicie un mayor desarrollo, sin apelar a la historia, que, en el caso de Extremadura, reviste singular importancia.

Tercera, el desistimiento de las instituciones extremeñas del legado histórico de Extremadura en América significa además una renuncia a una importantísima fuente de recursos económicos, turísticos, culturales y de prestigio que ayudarían poderosamente al desarrollo de la región.

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Sólo en el futuro, probablemente próximo, se podrá valorar la sinrazón y la torpeza de una política acomplejada, conscientemente ahistórica.

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