En el mes de septiembre de 1976 se inauguraba en Badajoz una residencia de estudios medios y superiores que yo iba a dirigir. Ubicada en ... la zona denominada Los Colorines, fue el edificio un proyecto de la escuela de arquitectura de Sevilla. La dirección de obra se encomendó al arquitecto José Alejandro Mancera, de Los Santos de Maimona, al que el doctor Román Hernández Nieva dedicó una monografía, por la condición del santeño como excelente acuarelista. Los alumnos llegaron del antiguo Hogar 'José Antonio', situado en el Palacio de Godoy. Le cambié el nombre a las estrenadas instalaciones, y pasó a llamarse 'Núñez de Balboa'. Doscientos alumnos ahí convivían, acudiendo a los institutos o a la universidad. Para atender los apoyos académicos y la intendencia, el centro estaba dotado de veinte personas. El alumnado procedía de familias con escasos recursos o desestructuradas; de modo que los chicos hallaron en este espacio todo de lo mucho que les faltaba en sus casas.
Tras el traspaso de competencias a la Junta de Extremadura, la residencia cambió de fin y de nombre, denominándose 'Marcelo Nessi', un centro para jóvenes con problemas de comportamiento. A lo largo de estos últimos años han saltado malas noticias, por conflictos infringidos cuando esos menores agredían a educadores e incumplían las normas establecidas. Otros jóvenes estaban en pisos tutelados, donde también se han generado enfrentamientos graves.
¡Y hasta aquí hemos llegado! Una educadora social de nombre Belén Cortés, responsable de una vivienda tutelada, ha fallecido a manos de muchachos a su cargo. Inconscientes de la gravedad perpetrada, al ser recluidos en el Marcelo Nessi a la espera de medidas judiciales, se ha producido otro intento de agresión, donde está implicado uno de los chicos detenidos tras la muerte de la citada educadora.
Han pasado cuarenta y nueve años desde la inauguración del centro. Entre aquellos doscientos residentes existió una convivencia apacible y con aprovechamiento académico. Algunos son hoy médicos, ingenieros, empresarios o profesores de universidad. Ciertamente la sociedad ha cambiado mucho en poco tiempo. Asistimos a un buenismo social que impregna transversalmente nuestras ciudades. Okupas, ladrones violentos, alunizajes reiterados por los mismos… son hechos diarios. La legislación es permisiva y garantista, en consecuencia, vemos a delincuentes que han ocasionado veinte o treinta actos punibles. En la educación, tanto familiar como académica, ha decaído el ejercicio de la jerarquía y el valor de ejercitarse en la reciedumbre, en la perseverancia. Malos ejemplos ayudan a la perversión social, pues algunos padres agreden a profesores, árbitros y a médicos. Se lleva el «lesser fer lesser passer», antes referida a la economía del libre mercado, pero ya se ha colado de rondón en las maneras educativas. Hay escasez de mensajes éticos y asistimos a una decadencia de los viejos valores, sin que hayan sido sustituidos por otros. Los alumnos pasan de curso sin aprobar y el trato docente es consentidos y bizcochable.
He sido profesor en todos los niveles. Tuve en mis aulas a los hijos de empresarios pudientes, domiciliados en aquel edén confortable de Neguri. De allí, como en un salto olímpico, pasé a Los Colorines. Pero, en un sitio u otros, vi pregonar a los compañeros docentes unas reglas de respeto y orden. De modo que ha de preguntarse cómo es posible una tragedia de estas dimensiones. Y la cuestión es si solo ha de imputarse la culpa a la mano asesina o también al colectivo socio-educativo donde las referencias éticas se han desvanecido a todo correr. Hoy tenemos la juventud mejor preparada y, en la otra esquina, bandas y tipos que acongojan a la gente de bien.
Me viene a la memoria esa obra maestra, llevada al cine: 'Vencedores o vencidos'. Se nos cuenta ahí el juicio de Nurenberg, donde uno de los acusados, Ernst Janning, representado en el film por Burt Lancaster, se declara culpable. Es Hans Rolfe, su abogado defensor, interpretado por Maximiliam Schell, el que se interroga en su turno qué hacia la sociedad mientras el Tercer Reich se fortalecía. Qué culpa podrían tener en los excesos nazis esos industriales norteamericanos que se lucraron vendiendo armas a Alemania. Qué responsabilidad ha de imputarse al Vaticano que, en 1933, firmaba complacido un concordato con el líder alemán; o al propio Winston Churchill que proclamaba en 1938 que si su país se hallara en grave situación necesitaría un hombre con el coraje de Adolf Hitler. Tras el Tratado de París de 1947, todas las naciones contendientes reconocieron su actitud pasiva y hasta conciliadora con el führer, porque esa postura les resultaba cómoda y llevadera para sus componendas diplomáticas.
Nosotros ahora, ante el desastre humano del que hemos sido noticia nacional por este «puertourraco juvenil», deberíamos revisar los métodos educativos, la permisividad de los padres, la legislación vigente y la degradación de la autoridad a la que asistimos sin reaccionar. Se han amputado equivocadamente unas directrices saludables en los educadores y en las familias, con el pretexto de que los jóvenes podrían frustrase. Asistimos hoy al resultado de semejante error.
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