El próximo día 9 de junio, día de san Feliciano, cumpliría noventa y un años. Enrique Sánchez de León Pérez acaba de pasar de esta ... vida, pero no pasará su nombre. Cuando ya no estemos por aquí sus contemporáneos, porque ya sabemos que la cercanía nos puede descolocar la realidad vivida, los historiadores futuros indagarán en el personaje, en el extremeño acérrimo, en el español sin complejos que siguió, en lo que de humanista e integrador tenía, el pensamiento de José Antonio Primo de Rivera.
Estuve cerca de él en las tempranas horas de su quehacer político por estos lares tan suyos y queridos. Me contaba cómo y cuánto le costó escalar para lograr una posición profesional y política. Lo hizo en un tiempo en el que, para los que veníamos de abajo, no había rampas, sino zanjas y, en algunos casos, hasta cepos.
Tenía en su casa la estampa de sus orígenes; en cuadros, en libros, en trofeos, en cartas… La vida manda más que la voluntad, bien lo sabemos los que ya hemos cumplido bastantes años. Por ese imperativo imparable, aunque hubo de seguir viviendo en Madrid, hizo de la N-V su sala de estar. Me han dado la noticia enseguida de su marcha, y he sentido hondamente la levedad del ser, la fragilidad, el junco que somos al capricho de los vientos. Hoy, no pocos de su tiempo activo en política, de un color u otro, sentirán que una parte del decorado de sus acciones y de sus argumentos, también se escapa. Sabedor y estudioso del discurrir de Extremadura, lo predicó y lo contó por donde anduvo. Su larga trayectoria serviría para redactar, en lo humano sobre todo, el pálpito más intangible que literario, de un incunable contemporáneo.
Le han precedido bastantes de los suyos, lo sentía cuando iban cayendo unos y otros en esta guerra cotidiana de la paz. Desde su otero inteligente estuvo al tanto de los pasos y dificultades de esta nación nuestra. Mas nunca decayó en su ánimo la seguridad en un puñado de convicciones. Él pudo sostener aquello que Cervantes regalo en el decir a su Don Quijote: «Yo sé quien soy».
En esta hora postrera, aunque vivamos en la duda sobre tantas cosas sobre este presente palpable, y tantos interrogantes sobre el más allá ignorado, recuerdo a uno de los mejores poetas, junto con Quevedo, de nuestro rico castellano; me refiero a san Juan de la Cruz, que dejó escrito: «Al atardecer de la vida, seremos examinados en el amor». Esto es, se valorará lo que hicimos por los demás. Tal aserto es válido para cualquier credo y Enrique lo supo, por ello quiso atender a los que en verdad lo necesitaban.
Perdemos a otro protagonista que, desde el reformismo, ayudó en los años difíciles de la Transición, a pasar de una orilla a otra, de un modelo político periclitado a la democracia libre y participativa. Con su mensaje y su presencia hizo despertar en muchos paisanos la convicción en el valor de su propia tierra.
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.