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Ucrania invadida, masacrada y destruida, no puede pasar a ser responsable de una guerra que no inició, y pagar los platos rotos en forma de territorios y recursosTribuna ·
Ucrania invadida, masacrada y destruida, no puede pasar a ser responsable de una guerra que no inició, y pagar los platos rotos en forma de territorios y recursosHace unas décadas P. Renouvin escribió ('Historia de las relaciones internacionales') que el papel de Europa tras las guerras napoleónicas (1815) en la vida del ... mundo había quedado disminuido. Grandes imperios han caído. Imagínense cómo estará Europa a día de hoy. Tiene un problema en su propia casa –Ucrania– y no es invitada a la solución del mismo. Es algo inaudito por la vecindad y el esfuerzo realizado. Ni está ni se le espera, lamentablemente. Europa siempre ha mirado el mundo desde cierto eurocentrismo y allí se quedó, pero el mundo hace mucho que cambió, aunque por acá se continúe pensando que no hay nada más importante que lo europeo. En un pasado en la dimensión técnica, no le faltó razón (Toynbee); sin embargo, me temo, que camina por el plano de la desindustrialización y otros, prefiriendo siempre envenenarse con venenos ajenos que contaminarse con los propios. Pero en la política internacional se siguen parámetros que ya usaron las potencias europeas cuando ejercieron como hegemónicas, pero que han sido sustituidas (EE UU Rusia, China, India). Recordemos el caso de la independencia de las provincias católicas de los Países Bajos (Bélgica) donde la intervención de Francia y Gran Bretaña fue decisiva, garantizando la neutralidad y con ella su independencia, que fue una solución de compromiso (1831). Hoy la neutralidad también podría serlo, pero no parece que sea una propuesta barajada por EE UU ni Rusia para Ucrania. Otro caso fue el caso de Polonia, que por aquellos años se encontraba bajo el poder del zar ruso (Nicolás I), que ejercía una especie de protectorado en el cual el pueblo vivía ajeno a veleidades políticas y solo la nobleza media y la burguesía intelectual propiciaban el movimiento patriótico. La independencia de Polonia no se alcanzaría hasta 1918 tras la I Guerra Mundial. La nueva Ucrania es de agosto de 1991.
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En un caso y otro las potencias, entonces Gran Bretaña, Francia y Rusia, resolvieron la cuestión en su favor, en un caso con la independencia y en otro con la continuidad, pues la posición del zar era clara: «No deseamos la intervención de buenos oficios (de las demás potencias, como ahora) en los asuntos polacos, que no interesan a nadie más que a nosotros». La posición de Putin con respecto a Ucrania parece tener antecedentes en la de Nicolás I.
La intervención de las potencias hegemónicas vencedoras en las guerras ha sido siempre la misma. De las guerras tanto interesan sus orígenes como sus finales, aunque en función de estos se han firmado las paces establecidas sobre incorporaciones territoriales y/o reparaciones económicas, en ocasiones estas han tenido peores consecuencias (Alemania en el siglo XX). Las guerras han sido pródigas en alteraciones territoriales, a pesar de que no hayan faltado propuestas teóricas (legales) por «humanizarlas». No obstante, a pesar de los fracasos, entre ellos tendríamos la guerra de Ucrania, algo se ha avanzado y habría que continuar perseverando. Pero no vale la perversión de los hechos como decir que fue Ucrania quien empezó la guerra (Trump, 19/02/25), cuando no ha sido una, sino dos veces (2014 y 2022) en que Rusia, bajo pretextos, invadió Ucrania. Tanto Rusia como Ucrania son herederas de la antigua URSS y con mucha historia común y que con sus actuaciones Rusia intenta recuperar espacios y protección frente a enemigos potenciales o reales, pero la invasión de Ucrania es injustificable.
Tan grave fue la agresión rusa, que no tardaron en acudir en ayuda de Ucrania Europa y EE UU La ayuda militar y económica fue importante, pero sobre todo lo fue la solidaridad colectiva. La verdad y la realidad no pudieron ocultarse al mundo, aunque ahora por parte del presidente de EE UU se haya comprado el relato al agresor.
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El esfuerzo de EE UU y Europa hasta ahora había sido importante, pero no suficiente como para contrarrestar el potencial militar ruso. También se aprobaron medidas económicas y sociales, pero el boicot a los productos energéticos, que constituyen la partida económica más importante en las exportaciones rusas no ha sido efectivo, pues los países europeos, caso de España y otros, han terminado comprando más gas a Rusia que antes de la invasión. Es tanto como decir que se contribuía a contener la contraofensiva ucraniana al tiempo que se le financiaba la guerra a Rusia. A España le cogió con el paso cambiado, pues la ruptura con Argelia era reciente. Así al hambre se juntaron las ganas de comer. Siempre cabalgando sobre contradicciones.
Si al siglo XIX pertenecen los casos de la independencia de las provincias católicas de los Países Bajos y el caso polaco, por poner algunos ejemplos donde el hacer de las potencias hegemónicas poco tuvo en cuenta el sentir de los pueblos. Podríamos tomarlos de cualquier época. Ahora, con la necesidad de terminar cuanto antes la guerra, lo que es necesario por la pérdida de vidas humanas y por la quiebra económica, la intervención de las potencias. EE UU y Rusia deberían actuar conforme a la legalidad internacional, pero, no parece, que vayan a por ahí los pasos, sino que solo le mueve la ambición económica a una, EE UU, y el interés por recuperar espacios de un antiguo imperio a la otra, Rusia. Y, mientras, Ucrania invadida, masacrada y destruida. Esta nación europea no puede pasar a ser responsable de una guerra que no inició, y, además, pagar los platos rotos en forma de territorios y recursos.
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Si los tratados de París y el Congreso de Viena (1815) y tantos otros después organizaron la convivencia de las naciones, en ocasiones poco más que apaños, pero funcionales. Ahora el acuerdo de parte no puede ser a costa de Ucrania, pues entonces lo aprendido por los pueblos y naciones de Occidente sería estéril. Una paz «justa y duradera», mantra que se repite, será siempre una esperanza por la que apostar, aunque en ocasiones sea difícil. No obstante, nada será igual desde el 24 de febrero de 2022, pero no por ello podemos abandonar a los ucranianos, cuando «ucranianos somos todos» (HOY, 25/05/2022). Los gobiernos se cansaron antes que los pueblos, pero el «espíritu público» tampoco se levantó y el comportamiento de las potencias hegemónicas continúa siendo el de siempre, instalado en el ejercicio del poder y la sin razón. Podríamos estar ante un precedente muy peligroso difícil de justificar y aviso a navegantes o ante el nacimiento de un nuevo reparto a mayor escala. No parece que hayamos aprendido nada.
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