Hace unos días el periódico HOY recordaba la figura de Mercedes Guardado Olivenza con motivo de una exposición homenaje. Si junto a Salvador Dalí estuvo Gala (Elena Ivanovna), que lo salvó de la locura; junto a Ortega Muñoz, Leito (Leonor Jorge Ávila), a la vera ... de Wolf Vostell estuvo Mercedes. Se dice, que junto a un gran hombre siempre hay una mujer fuerte.
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Conocí con unos amigos los Barruecos en una tarde de la primavera de 1977 durante la celebración de un congreso de historia organizado por la Facultad de Filosofía y Letras de Cáceres. Aquella tarde, como otras que he conocido en los Barruecos, fue radiante, llena de luz. Supimos de un alemán que había llegado antes y declarado como obra de arte aquellas piedras berroqueñas, su estanque, el lavadero y hasta las mismas cigüeñas que anidaban en aquel paraje.
En 1981 estuve, ya sin amigos, junto al Buick empotrado en el bloque de hormigón, símbolo de la significación/penetración del automóvil en la vida de este siglo nuestro que agoniza, me refería al siglo XX, bajo el «nuevo sol» ubicado en lo más alto de una de las moles graníticas que bordean la charca, desafiante al sol eterno que se baña todos los atardeceres en las tranquilas aguas del estanque.
El 17 de enero de 1988 fue para mí un día memorable. Ese día conocí a Wolf Vostell. La entrevista fue larga, pero el tiempo pasó raudo, veloz, casi sin percibirlo, pues Wolf era una persona enormemente amena, con un montón de ideas. Hablamos de Extremadura, de Guadalupe, de proyectos, de sueños… de arte. Al final de la tarde y antes de que partiera, pero vislumbrando por la hora que se acercaba el momento de la despedida, Vostell, en una puesta en escena magnífica, de su bastón, tantas veces acariciado, sacó un pincel y tierras que mezclándolas con el vino que restaba en una copa –como en tantas otras ocasiones– preparó los pigmentos y trazó unas líneas en la entrada del libro 'El enigma de Vostell' (Guardado-Vostell, 1982). Allí las acuarelas tendían a encontrarse y Wolf escribió: «Los Ríos políticos que se mezclan con los Ríos culturales. Para Felipe (G). Vostell».
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Desde aquel día nos vimos con frecuencia y nos encontramos. Vostell había realizado ya magníficas exposiciones en el Lavadero y tenía un proyecto largamente acariciado, presentado y representado, pero era poco más que un sueño visualizado. Sabía que pondría todo el esfuerzo por contribuir a que se materializase aquella obra de arte que con tanta fuerza él representaba. En algunas ocasiones su impaciencia le hacía sentirse pesimista y triste… Eran muchas las ocasiones en que habían mediado palabras, incluso compromisos no cumplidos y todo ello le hacía dudar. Sabía de nuestro compromiso, pero dudaba que pudiéramos lograrlo. La partida era a muchas bandas y unas no rechazaban las bolas y en otras se rompían o desaparecían, pues no siempre había respuesta. Hubo que superar algunos recelos y actitudes personales encontrados. Ni se entendía la obra ni se aceptaba o valoraba suficientemente al artista y su entorno, así como había otros artistas cuyo compromiso estético era más comprensible, por tanto, asumible.
Recuerdo con verdadero pesar la entrega de los Premios Constitución de 1988 celebrada en el parador 'Vía de la Plata' de Mérida. Allí se felicitó, como correspondía, a todos los ganadores y se hicieron alusiones públicas y reconocimiento de méritos a personalidades de la sociedad y de la cultura extremeña del momento, pero ausentes en el acto. No sé si se trataba de cortesía o se intentaba con aquella distinción atraerse a alguno de los recordados hacia el coro con que el poder acostumbra rodearse, pero en aquel acto el único protagonista de la cultura universal presente era Wolf Vostell y, sorprendentemente, fue el único olvidado o, tal vez, omitido o simplemente silenciado. Podemos interpretar, que de haber sido citado además del reconocimiento lógico, por otra parte, se habría podido entender que se daba carta blanca a los proyectos planteados y conocidos por quienes debían serlo. Nos sorprendió y molestó aquel silencio a quienes tratábamos de encauzar nuevamente la situación y estábamos ilusionados con el «proyecto de Vostell en Malpartida». Para Vostell aquel silencio debió ser poco menos que un insulto, sin embargo, tal vez porque en la adversidad se mide el temple de los hombres, de Vostell no salió un mal gesto ni una mueca que pudiera interpretarse negativamente frente al desaire. Algunos pensamos en la injusticia que significaba aquella omisión. Aunque el poder convoca a más y a los paniaguados se unen los aduladores, Wolf y Mercedes no estuvieron solos. Aquella noche brindamos con ellos en 'Alcandora' –lugar de copas de Mérida– por el futuro. Wolf, aparentemente, aquella noche fue el más optimista y no faltó el autógrafo en servilletas de papel a aquellas niñas que se acercaron al maestro.
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Pasaron los días y así llegamos a la escenificación del día 5 de abril de 1988 del 'Fin de Parzival'. Aquel día tuvo lugar el acto inaugural de la obra de Dalí que se instalaba en el Museo Vostell de Malpartida de Cáceres y el consejero de Cultura de la Junta de Extremadura ratificaba con su participación en el acto la preocupación y el interés con el que las instituciones autonómicas deseaban retomar un proyecto que por su importancia y proyección internacional debía ser asumido por la máxima instancia regional. En aquel acto, que muchos recordamos, participó Santiago Amón, que nos deleitó, como él sabía hacer, sobre el encuentro de dos artistas surrealistas, Salvador Dalí y Wolf Vostell, el 19 de septiembre de 1978 en Port Lligat.
En febrero de 1989 se presentó en ARCO un montaje fotográfico del 'Fin de Parzival'. Era la primera vez que concurría la Junta de Extremadura y lo hizo de la mano de Wolf Vostell. Allí Wolf lloró a su amigo Santiago. Hoy Dalí, Amón y Vostell podrán hablar de televisores, motocicletas, de Blanquerna y de buenos modales. Los tres, seguro, ya han entrado y oficiado en el templo del arte del que «todos nosotros somos la feligresía» (Amón).
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En abril de 1998 nos dejó Wolf Vostell.
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