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Felipe Sánchez Gahete
Viernes, 7 de marzo 2025, 22:32
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Felipe Sánchez Gahete
Viernes, 7 de marzo 2025, 22:32
Decía Gerald Brenan en 'Memoria personal': «Lo verdaderamente trágico de la vida es que olvidamos. Los momentos felices llegan y se van, nuestros amigos se ... mueren y todo acaba por destruirse, pero esto sería soportable si pudiéramos conservar imágenes más claras y más precisas del pasado. La muerte verdadera es el olvido, porque si hay algo que conservamos y atesoramos son nuestros recuerdos».
Es imposible no mirar atrás. Mejor, por otra parte, que hacerlo alrededor.
Hoy han tenido la culpa Ussía, escribiendo sobre los tebeos de su infancia: «¡Qué maravilla! Siempre los buenos vencen a los malos, siempre los leales a los traidores, siempre los limpios a los sucios, siempre los caballos de los justos corren más que los caballos de los cuatreros, los pistoleros y los traidores. La realidad tendría que ser así», y la necrológica de Roberta Flack.
Domingo en un pequeño pueblo perdido de la baja Extremadura, peregrinaje hasta una barbería y en ella, tras un pequeño mostrador, nuestros tesoros: tebeos, novelas del oeste y de Corín y las chuches. Nuestros nietos no pueden imaginar lo fácil que lo teníamos. Había poco que elegir, nuestro problema no era la indecisión sino administrar lo poco de lo que disponíamos.
TBO; Pumby; Pulgarcito, con Petra criada para todo, ¿verdad Ana?; Roberto Alcázar y Pedrín; El Capitán Trueno, Goliath, Crispín y Sigrid, reina de Thule; El Jabato, Taurus, Fideo y Claudia… incluso coleccioné con gran sacrificio 'El teniente negro' (Tardaría tiempo en saber que lo escribió Silver Kane, autor de más de mil novelas «del oeste» y que, detrás de este, estaba el magnífico Francisco González Ledesma, abogado, periodista, escritor de novela negra…).
Un verano, en el doblado del abuelo Diego descubrí un tesoro. Mi tío Hermógenes, que residía en Madrid, adelantado a su época, leía cómics y había traído al pueblo bastantes ejemplares de la editorial mejicana Novaro con Roy Rogers y Supermán a la cabeza, lo que me hizo participar del secreto de la kriptonita.
¿Cómo no se le había ocurrido ofrecérmelos? Mi primo Manolo, que vivía allí, era demasiado pequeño para tenerlos; me dio rabia, pero se lo perdoné pronto. Además, eso hizo que me los aprendiera de memoria.
El niño creció y al Llanero solitario y Toro, su amigo indio, ya los conoció por la tele. La cabalgada inicial era emocionante.
No era bilingüe y no entendía lo que El Llanero gritaba a Plata, algo así como «Aniú Silver», pero, aun emocionados, comprendíamos que lo estaba arreando. Hoy lo sé, «Hi Yo Silver away», «Arre, Plata, adelante» o «High You…», «Arriba, Silver…», da igual.
En Selecciones leí, lo traslado con alguna licencia, que si a un español le cogía una tormenta establecía el siguiente monólogo con su jumento:
—«¡Arre burro cabrón, que nos coge el temporal!».
Y si a un americano:
—«¡Caracoles Furia, un tornado, vamos, Furia! ¡Hi Yo, Furia away!».
A Furia también lo conocí por la tele.
1973, unos años después, me cogió en Cádiz. En 1972 había comenzado Medicina. Mi chica vivía en Madrid y nos carteábamos, ella en papel muy fino y perfumado con Ô de Lancôme. En una de las cartas me contaba que le había encantado una canción, 'Killing me softly with his song'. A mí también.
Roberta Flack no se va sola.
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