
A buenas horas, mangas verdes
Desde otra perspectiva ·
Felipe Sánchez Gahete
Viernes, 27 de diciembre 2024, 22:42
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Desde otra perspectiva ·
Felipe Sánchez Gahete
Viernes, 27 de diciembre 2024, 22:42
Las personas generosas quieren devolver a la sociedad lo que les ha dado. Su acercamiento a la política tiene el único propósito de poner su ... experiencia y conocimientos para mejorar la vida de los demás. Incluso perdiendo dinero.
Su valía la han demostrado fuera de la política. Me imagino una España dirigida por Manuel Pizarro, Juan Roig, Amancio Ortega o tantos otros que han sabido crear y gestionar grandes empresas, escoger con sabiduría a sus ayudantes y fomentar riqueza y puestos de trabajo.
Muchos son desconocidos por una de sus mejores virtudes, la discreción.
El fin de otros, demasiados, es medrar; casi nunca son sólo gandules, si fuera sólo pereza todavía, pero cuando en un haragán se unen la ambición, el resentimiento o la envidia, la política es el terreno abonado para poner en marcha sus 'cualidades'. Siempre 'repartiendo', su generosidad, si no es para con ellos mismos, brilla por su ausencia.
Yolanda Díaz, en fechas que a la gente de bien evocan otras cosas, suma, una tras otra ocurrencias que, al no costarle nada, sufrimos como mínimo una por semana. Ahora ha exigido eliminar las ayudas a la Iglesia por celebrar misas por la muerte de Franco.
Los dos de Acción Republicana, para don Claudio Sánchez Albornoz, Azaña, por acción o por omisión, demostró, como mínimo, impotencia para enderezar la deriva de la República.
«El único pecado de Azaña fue su falta de agallas para restaurar el orden público cayera quien cayera en instantes en que aún era tiempo […] y su falta de coraje para tener la gallardía de arriesgarlo todo por la libertad, incluso la vida».
Certero en el juicio y elegante en las formas, así era don Claudio.
Fue catedrático de Historia de España, de la Real Academia de la Historia y ministro de Estado. En 1976 regresó a España y fue Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades. Reposa en el claustro de la catedral de Ávila.
Lo cuenta el nada sospechoso Miguel Maura cuando planteó sacar a la Guardia Civil en los disturbios de 1931:
«Eso, no –exclamó Azaña–. Todos los conventos de Madrid no valen la vida de un republicano […] He dicho que me opongo a ello decididamente y no continuaré un minuto en el Gobierno si hay un solo herido en Madrid por esa estupidez»
Nadie lo dice, pero le podía la cobardía.
Cuando notó que se moría, pidió verse con el obispo de Motabaun.
Según éste, cogió de sus manos el crucifijo y lo besó por tres veces exclamando las tres « ¡Jesús, piedad y misericordia!».
No me gustaría frivolizar y menos en Navidad con lo que pudo ser una verdadera conversión, pero no puedo evitar pensar cómo actuó en 1931 y después de haberla liado, decir en 1938 aquello de «Paz, piedad y perdón».
Yolanda, ilústrate en vez de darte mechas y lee 'La conversión de Azaña', del jesuita Gabriel Verd, publicada en la revista Razón y Fe en 1986.
Quieres Memoria Histórica, toma dos tazas.
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