Cae la tarde, tras la ventana, el azul limpio de los días fríos y despejados de diciembre tiene los minutos contados, aunque mañana, al contrario ... de una vida que se ha ido, volverá.

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El despacho, con la calefacción y las paredes forradas de libros, me proporciona una ilusoria sensación de seguridad.

A veces pongo música mientras leo o escribo, no siempre, porque corro el peligro de que se me vaya el santo al cielo y me crea Finch Hatton mostrándole a Karen Blixen el edén a bordo de aquel De Havilland amarillo.

Esta tarde después de John Barry ha empezado a sonar Eric Clapton y sólo una estrofa me ha devuelto a la realidad, a la vulnerabilidad del ser humano y a lo efímero de la vida.

¿Would you know my name if I saw you in heaven? (¿Sabrías mi nombre si te viera en el cielo?). 'Tears in heaven' la escribió Clapton cuando su hijo Conor, nacido en 1986, fecha también muy señalada para mí, se precipitó en marzo de 1991 desde el piso 53 de un rascacielos de Manhattan.

Si mi anterior artículo, 'Curar a veces, aliviar a menudo, consolar siempre', estaba dedicado a los compañeros que empiezan y a los necesitados de cuidados paliativos, en este reflexiono cómo podemos afrontar como médicos y como padres la pérdida de un hijo.

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He sufrido en mi familia y en mis pacientes esta brutal situación, unas veces de forma imprevista, otras, más triste aún, buscada, y otras, por último, conviviendo y sufriendo con los que nos han dejado tras una larga lucha. En un teórico orden natural nosotros tendríamos que irnos antes que ellos, pero así es la vida.

Por razones de salud no he podido acercarme a unos amigos que han perdido a su hija, pero quiero hacerlo ahora.

No ha sido un aneurisma, ni un fatal accidente de tráfico ni la brutalidad de un disparo, ha sido una triste y enriquecedora historia de lucha contra la adversidad.

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Hace unos años escribí un artículo que no salió a la luz en el que me permití citarla y con ella a mi amigo y compañero Ángel Salvatierra, pionero en el trasplante de pulmón en Andalucía.

Esta niña, esta mujer, por pudor no cito su nombre, premio Berni 2023 a propuesta de los profesionales del Reina Sofía, recibió en 1998 un trasplante bipulmonar en código 0 debido a padecer fibrosis quística.

«Este fue el inicio de una vida de lucha contra la adversidad que la han obligado a pasar varias estancias largas en UCI y a superar un cáncer y vivir como paciente renal crónica en hemodiálisis, entre otras adversidades. A pesar de ello, ha podido cumplir su sueño, ser maestra y formar una familia».

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Podemos quererlos, acompañarlos y cuidarlos en la medida de nuestras posibilidades, pero a estas alturas, jubilado y ya sin trato directo con los pacientes, aún estoy intentando aprender cómo ayudar y qué ofrecer a los que se quedan porque, al menos en esta bendita profesión, también duele no poder ayudar.

Francesc Torralba, catedrático de Ética, hacía montañismo con su hijo Oriol. Oriol se precipitó al vacío, mientras él permanecía suspendido hasta que fue rescatado por los bomberos. Ha escrito el libro 'No hay palabras. Asumir la muerte de un hijo'. «El mayor reto a cierta edad es aprender a convivir con las ausencias».

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Una luz, en la fase final del duelo, explica, aparece la gratitud. «Empiezas a agradecer todo lo que nos aportó en vida».

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