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Política de bloques
Es jugar con ventaja meter el miedo con que viene la extrema derecha cuando uno está sentado con la extrema izquierda
FELIPE TRASEIRA
Jueves, 24 de agosto 2023, 07:53
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FELIPE TRASEIRA
Jueves, 24 de agosto 2023, 07:53
No es concebible que en una carrera de obstáculos, el listón sea más alto para unos participantes que para otros. Que en un partido de fútbol un equipo respete las normas y otro dé patadas o codazos. O que en un combate de boxeo uno ... pelee con limpieza mientras que el otro no haga más que dar golpes por debajo de la cintura, en la nuca o una vez que ya tocó la campana. Tampoco que, en un examen u oposición, unos se presenten conociendo ya las preguntas, mientras que otros no. En conclusión, en estos exámenes o competiciones debe haber igualdad entre los participantes. La vida misma, en fin, está sometida a unas reglas de juego, iguales para todos. La política no escaparía a esto, manifestándose principalmente en los procesos electorales, en los que no se puede jugar con ventaja. Un ejemplo de jugar con ventaja en las elecciones es el clientelismo, que permite que unos partidos vayan a las elecciones dopados. Esto fue lo que sucedió con los ERE andaluces, que permitieron a los socialistas andaluces, durante décadas, ganar las elecciones y mantenerse en el poder. Desde la moción destructiva de Sánchez contra Rajoy, surgió la política frentista o de bloques, a costa de la inestabilidad gubernamental y de la erosión del sistema político. Conscientes Sánchez/Pablo Iglesias de su impopularidad y de que nunca ganarían unas elecciones ni, por lo tanto, llegarían al poder, decidieron romper una ley no escrita, cual era que gobernara el partido más votado, e imponer desde entonces que, aunque no se hubieran ganado las elecciones, pudiera llegarse a gobernar si se lograba armar una mayoría parlamentaria suficiente, aunque esta fuera a base de fuerzas antisistema, anticonstitucionales o antiespañolas, con sólo un denominador común: la destrucción del estado de derecho recogido en la Constitución. Se cruzaba con ello una línea roja: la de la lealtad a las instituciones y a la nación. Sánchez logró formar así un bloque exitoso en la moción, autodenominado 'progresista' y de 'mayoría social'. Simultáneamente, se motejaba a las derechas de 'fascistas' y herederos del franquismo. No entro hoy a analizar la corrección o no de esta taxonomía política. Sólo resaltaré el sectarismo de Sánchez al poder tejer alianzas con cualquier grupo del bloque de izquierdas, ya sean comunistas, ya filoetarras o golpistas confesos y condenados, mientras criminaliza que Feijóo pueda hacerlo con Vox, al ser calificado este por la izquierda de 'extrema derecha'. Es jugar con ventaja meter el miedo al electorado con que viene la 'extrema derecha' cuando uno está sentado con la 'extrema izquierda'. Lo sorprendente es que este discurso de la izquierda sea comprado por la derecha, que fue lo que hizo la inexperta e impulsiva María Guardiola. De esta manera, la derecha nunca llegará a gobernar. Desmontar este relato es la formidable tarea que aguarda a la derecha. Si Sánchez puede pactar con sus extremos, con más razón Feijóo con los suyos al defender estos la Constitución y la unidad de España y no emplear la violencia como acción política.
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