En su noble empeño de reformarlo todo, la República cometió, según Esperanza Aguirre, tres importantes errores: no consensuó la Constitución, fue incapaz de mantener el orden, viéndose desbordada por huelgas, asaltos de fincas, insurrecciones anarquistas, violencia paramilitar de los grupos políticos y, finalmente, el crimen ... cuasi de estado del líder de la oposición Calvo-Sotelo y no aceptó la alternancia política. Los dos primeros fueron vistos en la anterior columna, el último lo será en esta.

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Durante el primer bienio republicano, la coalición republicano-socialista acometió un ambicioso plan de reformas. La República 'per se' resolvería la ingente cantidad de problemas que esperaban solución. Se inoculó en la gente esta ilusión desbordante. Sin embargo, la mayoría de las reformas no se materializaron debido a los errores que Esperanza Aguirre señala, a los que yo añadiría la contextualización de los mismos: retracción económica (crisis 1929), obstrucción parlamentaria de las derechas, oposición de anarquistas y comunistas, negativa de los patronos a aceptar de buen grado las reformas, lentitud e insuficiencia de algunas de ellas y crisis de la democracia en Europa ante el ascenso de los totalitarismos. Ello provocó la radicalización socialista y su ruptura con los republicanos. En estas condiciones, republicanos y socialistas fueron barridos en las elecciones de finales de 1933 por las derechas, que se presentaron unidas en la Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA), liderada por Gil Robles. Y aquí es donde Esperanza Aguirre introduce el tercer gran error de la República: la no aceptación de la alternancia política.

Republicanos y socialistas no aceptaron el triunfo electoral de la CEDA, porque desconfiaban de la derecha, a la que motejaban –sin serlo– de fascista, con lo cual la República sólo podía ser gobernada por ellos. Es lo que hace hoy Sánchez, proclamándose progresista y tildando a la oposición de fascista. Sin conocerse los resultados definitivos, algunos prohombres republicanos instaron a Alcalá-Zamora a que divolviera las Cortes. Pero es que, conocidos los resultados definitivos, lo hizo Azaña. Por lo que se refiere a los socialistas, Negrín, Largo Caballero, De los Ríos y Besteiro intentaron también anular los resultados electorales. Estas maniobras, documentadas en las 'Memorias' de Alcalá-Zamora y en las investigaciones de Santos Juliá, entre otros, fueron rechazadas por Alcalá-Zamora, quien dio vía libre al acceso al gobierno de la derecha, lo que llevó a los socialistas a provocar la revolución de octubre de 1934.

El primer golpe contra la República, pues, no lo dio Franco, sino los mismos socialistas. Para el gran historiador Raymond Carr, octubre del 34 fue «el preludio de la guerra civil». En este sentido Esperanza Aguirre acierta al señalar la irresponsabilidad de los socialistas de no aceptar los resultados electorales de 1933, o lo que es lo mismo, de no aceptar la legitimidad de la derecha a gobernar como resultado de haber ganado democráticamente las elecciones de 1933. 'Mutatis mutandis', Pedro Sánchez es tan irresponsable como lo fue en su día Largo Caballero, al aliarse con fuerzas antiespañolas al tiempo que tilda de fascistas a las derechas.

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