No importa de dónde vienes. Solo importa a dónde vas», decía Brian Tracy. Que debemos dirigirnos hacia una igualdad total y real entre géneros debería ser dogma incuestionable que sirviese de acicate y no nos permita dormir en los laureles. Que hemos avanzado mucho en ... este arduo camino, también es indudable. Pero no es menos cierto que con frecuencia los logros ciegan y enmascaran realidades que siguen reclamando acción.
Vivimos momentos convulsos, el estado del bienestar peligra. Estamos inmersos en transformaciones sociales, económicas y políticas que auguran un futuro incierto. Frente a estos cambios, el enfoque de género, en general, y la asunción de nuevos roles por la mujer, en particular, deberían suponer una oportunidad clave para articular la transformación hacia nuevos escenarios, donde las futuras sociedades se asienten sobre pilares morales construidos desde la sostenibilidad, la solidaridad, la equidad y la deslegitimación de la violencia.
Sin embargo, parece ser que el efecto péndulo se cierne sobre las mujeres como si de la espada de Damocles se tratara y, así, nos pone en alerta ante las zancadillas a la causa feminista. Si en los últimos años las mujeres, y muchos hombres, despertábamos hacia un activismo social que parecía imparable –en una elocuente metáfora de la abogada feminista Argentina, Sabrina Cartabia, afirmaba que «el movimiento feminista es como el crecimiento del bambú japonés, tarda 7 años en echar raíces y en solo 6 meses crece 30 metros»– hoy asistimos al alzamiento de voces, probablemente «más ruido que nueces», que ponen en entredicho los resultados obtenidos y, peor aún, la necesidad de la propia lucha.
Movimientos sociales como el 'Me too', visibilizaron los acosos generalizados hacía mujeres, normalizados durante demasiado tiempo, ejercidos por varones en situación de poder; las respuestas ciudadanas en casos como el de Juana Rivas impulsaron la eliminación de custodias y visitas de padres maltratadores; y ante los desgarradores asesinatos perpetrados por José Breton o Tomas Gimeno, entre otros, la ciudadanía se rebeló con una sola voz ante la violencia vicaria, ante la violencia de género. Estos y muchos otros casos han promovido cambios legislativos esperanzadores, pero aún estamos muy lejos de una igualdad real. La violencia machista, la brecha salarial, la descompensada atribución de cuidados domésticos, el techo de cristal, las pensiones, los estereotipos asociados a unos y a otras, la no normalización de las identidades de género y de las orientaciones sexuales, la influencia de la pornografía en las relaciones sexuales, la prostitución, los vientres de alquiler, las barreras entre oficios, la invisibilización de las emociones femeninas, la habitualidad del 'sexting' entre adolescentes, la cultura de la imagen, etc., nos dan de bruces con una realidad desigualitaria en la que seguir trabajando con mucho ahínco.
Y si con una cita comenzamos nuestra reflexión terminemos con otra de la filósofa francesa Simone de Beauvoir: «No olvidéis jamás que bastará una crisis política, económica o religiosa para que los derechos de las mujeres vuelvan a ser cuestionados. Estos derechos nunca se dan por adquiridos, debéis permanecer vigilantes toda vuestra vida».
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.