Sí, eso es lo que tengo ahora mismo delante, pues mi compromiso semanal con esta columna me ha pillado de viaje sin ordenador portátil. Hoy ... mis ojos están descansando de pantalla. ¿Cuánto tiempo hace que no escriben ustedes un texto a mano que no sea la lista de la compra para Mercadona? En Reino Unido, cierta encuesta desveló que uno de cada tres entrevistados no había escrito nada a mano en los últimos seis meses, estadística que me recuerda a la lectura de libros en España.
Publicidad
Mi letra todavía es legible, ya que llevo un diario manuscrito desde hace décadas, pero siempre he envidiado aquellas caligrafías portentosas de los amanuenses que escribían (con tinta) desde periódicos manuscritos hasta asientos en libros contables, del registro de la propiedad o escrituras notariales. Escribir a mano, según los neurólogos y sobre todo en la edad adulta, aumenta la actividad cerebral en las tareas de memoria mucho más que tomar notas en un portátil; además se fortalece la motricidad y la coordinación ojo-mano. Es una pena que actualmente casi no se tomen apuntes ni en la universidad, dado el generalizado empleo de tablets y otros recursos donde encontrar información. En nuestros tiempos, aquello de «pasar a limpio» los apuntes de clase era ya un poderoso método de afianzar conocimientos. Tampoco es frecuente ver a los periodistas con la ‘libretina’, sino con grabadoras o el simple teléfono móvil, que han hecho obsoleto e irrelevante el uso del bolígrafo y el papel.
Bueno, creo que hoy iba a escribir sobre Putin, pero esto del papel y el bolígrafo se ha adueñado del artículo y, como diría Lope de Vega en aquel soneto de Violante, burla burlando ya va la mitad de la columna. Como también dijo Camilo José Cela, «para escribir solo hace falta tener algo que decir». Es verdad que para componer manualmente un texto ahora se echan mucho de menos las herramientas de un procesador, como atestiguan ya los tachones y flechas que adornan mi folio indicando dónde ubicar un párrafo, a falta de corta-pega. Tampoco me voy a poner ahora a contar palabras una a una con el dedo, y calcularé a ojo de buen cubero si me paso o no. Estamos muy mal acostumbrados.
La máquina de escribir, que usé varios años para enviar mis textos al periódico (depositando un sobre en el buzón del HOY, en época huérfana de virtualidades) constituyó un estadio intermedio entre el manuscrito y el Word del ordenador, y hay escritores que siguen usándola por considerar más evocador y creativo el tableteo de una Olivetti y el cambio de línea manual del carro que los silenciosos clics del ordenador y del ratón. Bien, pues les animo a escribir con más frecuencia, si es a mano mejor. Para Ray Bradbury «es bueno escribir una historia corta cada semana, pues es imposible escribir 52 malas historias seguidas». Espero que esta no haya sido de mis peores. Cuenten si hay 500 palabras y la columna está hecha.
Escoge el plan de suscripción que mejor se adapte a tí.
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
Publicidad
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.