Alejar la oscuridad una noche más
La «globalización de la indiferencia» y la tiranía de la desigualdad recorren la vieja Europa, que ve apagarse poco a poco el faro de su fraternidad
Gabriel Moreno González
Viernes, 21 de junio 2024, 07:40
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Gabriel Moreno González
Viernes, 21 de junio 2024, 07:40
El último soldado de Roma en Britania decide no abandonar la isla y quedarse, solo, para hacer frente a los invasores sajones. La noche en la que parte el barco de su destacamento, el de las postreras águilas romanas, se escabulle y sube al faro ... de Rutupiae, en la costa, para encender su luz, la luz que guiaba hasta su destino a las legiones. Sabe, es consciente, de que ya no vendrán más, de que la otrora gloriosa capital imperial ha decidido abandonar para siempre a los britanos, de que la civilización de Marco Aurelio se hace añicos, pero aun así decide «alejar la oscuridad una noche más». Es ese faro de Rutupiae, novelado por Rosemary Sutcliff, el que como metáfora nos sigue interpelando más de mil quinientos años después.
Somos muchos los que sentimos que la noche se alarga, que el ocaso de Atenas, Roma y Jerusalén, de nuestra cultura europea y occidental, se acerca. Y no por el infundado peligro de invasiones bárbaras, de hordas de inmigrantes que entrarían en nuestras fronteras para dinamitarlo todo, no. «Algunos han venido de las fronteras y contado que los bárbaros no existen», se quejaban amargamente en el poema de Kavafis. Y es porque de allí no proceden. Los bárbaros somos nosotros, los que hemos sacrificado en los altares del miedo y el desprecio los valores que la civilización nos había legado. Tratándoles a ellos como un «otro», y no como el «nosotros» que en verdad son, hemos perdido cualquier atisbo de humanidad, embruteciéndonos hasta niveles difíciles ya de superar.
El discurso fatuo de la extrema derecha, culpando de todos los males del mundo a quien viene de fuera, pobre y necesitado de ayuda, y no a quienes desde tribunas y palcos se benefician del trabajo de la gente, de su esfuerzo y de su tiempo. No es el subsahariano que llega a la costa sin nada tras luchar por su vida el que nos roba, sino el rico, el poderoso, el mismo que señalara en su día Jesús (¿por qué nadie lee ya con ojos sinceros los Evangelios?), aquel que ha creado un sistema basado en la desigualdad, en la concentración insolente de riquezas y de patrimonio. Al camarero que se desloma todo el día y a pleno sol en una franquicia se le dice que su enemigo es el africano que se desloma en el invernadero, la latinoamericana que limpia y cuida a nuestros ancianos, y no el heredero ricachón, dueño de la franquicia, que sin haber trabajado nunca disfruta en esos momentos de su yate en el Adriático. Los bárbaros somos nosotros, porque nos hemos olvidado de los fundamentos de la libertad y de la democracia, de la necesidad de cuidar la igual libertad de todos los ciudadanos. La «globalización de la indiferencia» y la tiranía de la desigualdad recorren la vieja Europa, que ve apagarse poco a poco el faro de su fraternidad.
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