Como vivimos instalados en una actualidad que nos arrolla y que, repleta de dislates continuos, nos impide ver y apreciar las verdaderas cuestiones de fondo, ... a muchos no les habrá sorprendido el último anuncio del Gobierno de España de delegar competencias en materia de fronteras e inmigración a la Generalitat de Cataluña. Analicemos bien el desaguisado, porque, como dicen en mi pueblo, esto ya pasa de castaño oscuro.
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Resulta que el Gobierno de la nación ha negociado con un prófugo de la justicia española, y fuera del territorio nacional, la cesión de competencias a un gobierno autonómico liderado por el mismo partido que el del primero pero sin tenerlo en cuenta. Y que esa negociación, además, se ha realizado con un partido de la oposición al propio gobierno de la Generalitat a la que se van a delegar las competencias. Por si fuera poco el embrollo, el protagonista del acuerdo se caracteriza por su furibundo nacionalismo, con elementos de puro etnicismo, y por ser cercano a tesis de ultraderecha en el ámbito de la inmigración y el control de las fronteras. Resumiendo: se lleva a cabo un acuerdo político fuera de los cauces institucionales y de espaldas al gobierno catalán para ceder a este unas competencias que el partido demandante de las mismas, en la oposición, las considera necesarias para su proyecto excluyente de comunidad nacional, la cual, además, pretende independizar unilateralmente. Ni los hermanos Marx; ni Berlanga. Es todo un esperpento, una deformación grotesca de una actualidad que nos apabulla con tal concentración de sandeces, de incoherencias y de contradicciones con el propio discurso que se dice defender.
Afirmaba Eduardo Madina hace no mucho que ya no existe el «principio de no contradicción» y que hoy alguien puede decir una cosa y la otra en el mismo día sin despeinarse. Desde luego resulta harto confuso que un gobierno que se autodenomina progresista negocie con la derecha más rancia asuntos relacionados con la inmigración y las fronteras, y más sabiendo el carácter abiertamente xenófobo que la extrema derecha está adquiriendo en toda Europa al crear, simple y llanamente, un nuevo chivo expiatorio. Pero lo que más debiera extrañarnos, si aún conservamos un mínimo de capacidad de raciocinio o de ese principio tan básico de la lógica del que nos hablaba Madina, es de la contradicción esencial que se da al delegar competencias soberanas a través de un acuerdo con un partido que quiere subvertir y acabar con esa soberanía. A un partido que ha impulsado la secesión unilateral, que ha sido coprotagonista de un intento continuado en el tiempo de saltarse la Constitución y el Estatuto de Autonomía de Cataluña para crear un Estado irreal contra la mitad de sus propios ciudadanos y que nunca, repito, nunca, se ha arrepentido de lo realizado, le regalamos ahora la gestión de las fronteras o los permisos de extranjería. Y es que quizá ya no quieran independizarse de España, sino, más sencillo, expulsar España de su territorio... Lo que nunca se esperaban es que fuera con la connivencia de quienes están llamados a evitarlo.
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