Cruzando lindes

La Plaza Mayor, escenario catovi

Nuestra Plaza de Cáceres y sus inmediaciones han quedado relegadas, en el imaginario del cacereño pata negra y dirigente, a categoría de fachada teatral al servicio del turismo

Gabriel Moreno González

Viernes, 17 de enero 2025, 07:59

La Plaza Mayor de Cáceres constituye el punto simbólico y de referencia para la ciudad, tanto por su peso histórico como por el espacio que ... brinda a la capital provincial para acoger eventos y festejar todas las fechas señaladas del año. Creada al calor de la primera expansión urbana de una villa que pronto quiso abandonar el enclaustramiento de sus murallas, antiguo solar de mercados, ferias y ajusticiamientos, con el auge del Cáceres decimonónico pasó a estar cada vez más relegada en un proceso que se agravaría con el crecimiento urbano del siglo XX y la tendencia a la huida, casi generalizada entonces, de la burguesía y clases medias hacia las afueras y los barrios residenciales.

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Dos son, quizá, las particularidades locales de este proceso en el caso de Cáceres. Primero, el reducido tamaño de la ciudad hubiera permitido que esa «huida», que ese alejamiento urbano mesocrático y aspiracional del catovi medio, se hubiera integrado mejor en el conjunto de la malla urbana. Segundo, la obsesión administrativa y política por sacar servicios e infraestructuras del centro de la ciudad la ha desvertebrado aún más, siendo el ejemplo más notorio y estúpido el de la creación del campus universitario en el quinto pino. Dos singularidades que han hecho de Cáceres una ciudad alargada, de una extensión informe y amorfa, con barrios excesivamente alejados de los primeros entramados urbanos, y con una doble huida (a veces incluso triple) de sus clases medias-altas, o altas, hacia urbanizaciones cada vez más alejadas y que vendrían a representar un símbolo de pretendido estatus, autorreferencial y, necesariamente, provinciano.

Mientras tanto, nuestra Plaza y sus inmediaciones han venido quedando relegadas, en el imaginario del cacereño pata negra y dirigente, a categoría de escenario, de fachada teatral al servicio del turismo, de Instagram y de la diversión ocasional del autóctono. Así, parece que no existe en toda la ciudad otro espacio donde pueda ponerse un tablado, un concierto, una feria, una exposición, una verbena, una caseta, un festival... «Bajar a la Plaza» se ha convertido en una expresión recurrente de un cacereño que ya no la contempla como espacio de vida, sino como objeto de divertimento al que acudir en ocasiones. La consecuencia es la pérdida de población y vitalidad diaria en su entorno, el envejecimiento de los pocos habitantes de las calles que dan o rodean la Plaza, y el sacrificio al dios del mercado y del turismo de sus casas y edificios. Una realidad esta que quizá ya es imparable, aunque algunos insistamos en seguir viviendo en el casco viejo y disfrutando de lo que en su día y durante siglos fue Cáceres, pero que además se agrava por la tortura estética, casi permanente, a la que se somete a la propia Plaza. El abuso de su utilización, el deterioro de su suelo y el poco detalle y cuidado con el que se la trata tienen quizás su mejor expresión en el dislate del pegote de las recientes casetas navideñas, cutres y plastiqueras, que estropeaban al son de una pista de hielo de dudoso gusto musical cualquier panorámica de la, ya antigua, Plaza de todos los cacereños.

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