Se repite como un mantra en nuestra agobiante actualidad, tan repleta de clichés y prejuicios, la cantinela de que lo privado siempre funciona mejor que ... lo público, en el entendimiento de que lo primero tendría mecanismos para cumplir con eficiencia sus cometidos y que lo segundo, lo de todos, sería un reino sin orden ni concierto, de vagos y maleantes funcionarios dedicados a ver la prensa diaria en sus ordenadores sin atender correctamente a sus obligaciones. En el imaginario colectivo, cada vez más pobre, degradado y con escasos recursos para hacer frente a las tonterías que nos inculca un neoliberalismo ramplón, se suelen instalar estas imágenes hasta el punto de evitar o dificultar que nos planteemos si son o no ciertas.
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Parémonos un segundo y tiremos de la experiencia diaria. Para que una comunidad de vecinos abra una cuenta de banco la sucursal te pide doscientos cincuenta documentos, originales, con firmas físicas, con presencia física, un tira y afloja constante, la sombra kafkiana de la sospecha detrás de cada detalle procedimental y un esfuerzo de tiempo completamente desproporcionado. Sucursales abarrotadas, cada día con peores servicios, con horarios más limitados y trabajadores saturados que sudan la gota gorda para poder poner una buena cara, con tanta fatiga detrás, a sus clientes. Y luego, si el presidente de esa comunidad de vecinos quiere conseguir un certificado digital, o expedir la certificación del CIF, acude digitalmente a la Agencia Tributaria y en el momento consigue, con facilidad, todos los documentos habidos y por haber. El mismo proceso se repite en la Seguridad Social: frente a la montaña de papeles que a veces nos piden las empresas o los proveedores de servicios privados, cualquiera puede descargarse al instante, telemáticamente, los certificados que precise.
Ahora pongamos el ejemplo, Dios me libre, de un humilde ciudadano que quiere darse de baja de una empresa de telefonía, de una compañía de internet, de gas o electricidad. Lo único que les faltará pedirle será la caza y captura de un unicornio persa, porque, por lo demás, el proceso se hace insoportable, con esperas telefónicas interminables y una falta de diligencia que ya quisiera para sí la administración pública del Larra decimonónico.
Que lo público tiene carencias y posibilidades de mejora, sin duda, y entre todos deberíamos demandarlas y cuidar, así, de las instituciones para proteger, en el fondo, nuestros derechos y prestaciones. Pero que lo privado no es el reino de la eficiencia que nos pintan creo que es fácilmente constatable, pues hay además imponderables difíciles de cuantificar que no suelen operar en las lógicas del lucro y el beneficio privados. El buen trato, la preocupación por la «casa», la vocación de servicio y la posición de independencia e imparcialidad del funcionario, ya sea un médico, un policía, un administrativo de la Junta, del INSS o de la Agencia Tributaria, aunque no se midan, serán siempre ventajas sobre la mera búsqueda de enriquecimiento de unos cuantos.
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