Tenía yo todo preparado, «recado de escribir» incluido, que así se decía en tiempos del hombre que llevó el articulismo periodístico a sus más altas cimas, César González-Ruano, ¡maestro de Manuel Alcántara y de Umbral!, les decía que, siguiendo mi costumbre de escribir los ' ... obituarios' en vida del 'finado' (a burro muerto, la cebada al rabo), lo tenía todo a punto para dedicarle este escrito a un sabio, Antonio Gala. He dicho un sabio porque así titulan una entrevista que le hiciera Jesús Quintero, a raíz de cuya muerte ha vuelto a la palestra: 'Un genio y un sabio, frente a frente'. Dice Julián Marías que la oratoria de Ortega era como un manantial de filosofía. Pues bien, si hubiese escuchado a Antonio Gala entrevistado por Quintero, seguro que no habría dicho un manantial: habría dicho un torrente. De sabiduría. Sí. Nunca en mi vida he visto a un ser del género humano (los ángeles lo hacen muy bien por lo visto: «Habla como los ángeles», se dice) hablar como lo hace Antonio Gala, tal es la destreza verbal, intelectiva, e intelectual (no es lo mismo) que desgrana. Si a eso le añadimos unos posos de gracia y dicción andaluza, la pieza resultante es lo más parecido al habla de los ángeles. No me extraña nada que Quintero le dijese una vez: «Escribe usted muy bien, pero nunca llegará a escribir tan bien como habla». De eso tenía pensado hablarles, ya digo.
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Pero mira tú por dónde, la otra noche, escuché una conferencia, tan asombrosa de erudición, tan rigurosa de saberes científicos recién salidos del horno, tan magistralmente expuesta, que no lo anduve dudando: «Las cosas, en caliente», me dije. El conferenciante no es un desconocido: fue durante décadas el catedrático de Fisiología de la Universidad de Extremadura: José Enrique Campillo. La exposición versaba sobre su última obra, 'La consciencia humana' (hay conciencia y hay consciencia), Yo la hubiese titulado 'Aproximación a la consciencia', porque, como él mismo afirma, de la consciencia no se sabe nada: no en vano es uno de los tres arcanos de la existencia, junto al nacimiento del universo y la aparición de la vida (nadie sabe cómo la materia inerte se vuelve viva). Pero el título da igual. Lo cierto y verdad es que José Enrique, para acercarnos al tema de su obra, nos da una lección de ciencia constelada de premios Nobel, centrándose en la asombrosa y 'omnisciente' mecánica cuántica, la que viene a cambiar el mundo: «No conozco a nadie que la entienda», dijera R. Feynman, Nobel 1965, pero todas sus predicciones se han cumplido con una probabilidad de acierto de uno entre cien mil millones. Por si faltaba algo, José Enrique enriquece (me gusta la aliteración) su exposición con el pensamiento complementario de los más grandes pensadores que en el mundo han sido, empezando por Grecia, claro.
'Un genio, un sabio, un profesor'. Me quedo con el profesor, sin duda alguna. Hay que escucharlo. (Ateneo de Cáceres, próximo jueves: 2ª parte).
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