La invasión rusa de Ucrania acaba de cumplir un año y no se atisba su fin. Más bien, lo contrario: amenaza con enquistarse, como el conflicto sirio, o peor, con devenir una guerra mundial. Por lo pronto, no lo es, «pero es una guerra mundializada», ... como ha dicho Josep Borrell, míster PESC, por la multitud de naciones implicadas y porque sus repercusiones son globales, sin parangón desde 1945.
Publicidad
Más de 30 países suministran armamento a Ucrania, entre ellos tres potencias nucleares (EE UU, Reino Unido y Francia), para hacer frente a otra potencia nuclear en declive (Rusia) que pretende revertir el orden internacional y recuperar el esplendor perdido y que cuenta con el respaldo, aunque por ahora tibio y no militar, de una quinta potencia nuclear en ascenso (China).
Asimismo, la guerra ha provocado el éxodo de ocho millones de refugiados y ha encrespado la ola inflacionaria y generado más hambre donde ya se pasaba hambre, al impactar como un fuerte seísmo en los mercados globales de la energía y los alimentos, al ser Rusia uno de los principales productores de gas y petróleo y uno de los graneros del mundo junto a Ucrania.
Acaso sea la guerra de Corea (1950-53) con la que más similitudes guarde la de Ucrania. La primera fue el gran acelerador de la Guerra Fría y la segunda puede serlo de otra entre americanos y chinos. Ambas son, por tanto, subsidiarias, en las que las grandes potencias utilizan a testaferros en vez de enfrentarse cara a cara. Y no son pocos los que temen o desean que ambas terminen igual, con la partición de una nación.
Publicidad
De momento, Pekín, para el que la guerra no es un buen negocio, ha puesto sobre la mesa un plan de paz que propone un alto el fuego, el fin de las sanciones a Rusia y «el respeto a la soberanía e integridad territorial de todos los países». Sin embargo, el Gobierno de Zelenski, EE UU y sus aliados lo consideran escorado hacia Moscú. Además, advierten «indicios» de que China planea prestar ayuda militar a Putin y recuerdan que este y Xi Jinping suscribieron un acuerdo de «amistad sin límites» semanas antes del inicio de la invasión rusa. No obstante, un cada vez más hitleriano caudillo del Kremlin insiste en su propósito de continuar con su «operación especial» hasta «desnazificar» Ucrania, en un paradigmático uso del 'doblepensar' orwelliano.
El plan de paz de Pekín parece un brindis al sol para lavar su cara ante África y Latinoamérica, donde su influencia y la rusa son crecientes. Más teniendo en cuenta que, horas antes de presentarlo, se abstuvo en la votación de una resolución de la ONU que pedía el fin de la guerra.
Publicidad
Con todo, la estrategia occidental no puede limitarse a armar hasta los dientes a Kiev. Eso solo contribuirá a una escalada bélica que «podría empujarnos de manera más o menos inadvertida –como sonámbulos– a traspasar el umbral de una tercera guerra mundial –como ocurrió en 1914, en los prolegómenos de la primera–», según ha alertado Jürgen Habermas. El más grande de los filósofos alemanes vivos es de las crecientes voces que instan a iniciar «el difícil camino hacia las negociaciones» que permitan a ambas partes salvar la cara. Para él, «lo importante es el carácter preventivo de unas conversaciones a tiempo que eviten que una larga guerra se cobre aún más vidas, cause más destrucción y acabe enfrentándonos a una disyuntiva desesperada: intervenir activamente en el conflicto o abandonar a Ucrania a su suerte para no desencadenar la primera guerra mundial entre potencias con armas nucleares».
Escoge el plan de suscripción que mejor se adapte a tí.
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
Publicidad
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.