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Quienes sigan estos 'apenas tinta' tal vez recuerden que fui uno de los muchos recelosos con los indultos a los políticos catalanes que se pusieron con el 'procés' la Constitución y el Estatut por montera. En este mismo espacio dije que hubiera estado muy conforme ... con los indultos si Pedro Sánchez los hubiese planteado como acto de generosidad y reconciliación, implicando en ello a la sociedad española, y no de conveniencia, excluyendo de ellos a esa gran parte de la sociedad española que no participa de la conveniencia del presidente del Gobierno. Pues bien, ahora pienso que quizás me equivoqué. Ser adepto a la Transición tiene muchas ventajas, pero también algunos inconvenientes: inconscientemente tengo esa etapa como un referente de cómo se hace política (no ha sido mala, eh, el resultado es que vivimos en una de las veinte democracias plenas del planeta) y ello condiciona mi mirada a la realidad de ahora, en que hablar de generosidad en la vida pública más parece una temeraria ingenuidad. En resumen: tengo que admitir que los indultos han podido ser útiles también para los escépticos como yo, a pesar de que no nacieron en la noble cuna de la reconciliación; el sino de los tiempos de hoy es que basta con que convengan.
Y ya digo, quizás me equivoqué, porque están conviniendo. Tanto que, aunque podría parecer paradójico, estoy por pensar que nos están conviniendo mucho más a nosotros, los constitucionalistas, que a ellos, los secesionistas, de tal manera que, con la lógica salvedad de los nueve directamente beneficiados, me temo que en estos momentos los secesionistas más fanáticos pueden estar pensando que los indultos los ha cargado el diablo y añorar los tiempos en que tener presos en las cárceles de Lledoners era el salvoconducto más elocuente –evitaba dar explicaciones– para aparecer como víctimas inocentes de un Estado opresor.
Digo esto porque los indultos han sido la llave que han permitido abrir la conversación entre el Gobierno central y el catalán y mi impresión es que esa disposición a hablar los está matando: el lastimoso espectáculo que han dado en los últimos días, unos dinamitando desde Twitter el proyecto de ampliación del aeropuerto, y otros dinamitando la mesa de diálogo con argumentos que sonrojarían a los párvulos, ha puesto al descubierto algunas de las vergüenzas de los secesionistas que tenían bien ocultas aprovechándose del manto de silencio que patrocinaba el Gobierno, este al principio y antes empecinadamente el de Rajoy. En cuanto se les ha quitado la bandera del diálogo (recuerden el cansino 'España, siéntate y habla') han mostrado al mundo lo falso de la proclama y que la mera posibilidad del diálogo desvela que el 'procés' no es ese anhelo democrático de 'un sol poble' al que un Estado desalmado le priva de cumplirlo a porrazos de la policía y a sentencias de los tribunales, sino el trofeo que se ventila en la encarnizada lucha por el poder entre los partidos secesionistas. Una jaula de tiburones y una conjura de irresponsables, por utilizar la definición del escritor Jordi Amat.
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