El jueves por la noche vi la película 'Aftersun' en la sede de la Filmoteca de Extremadura en Mérida. Una película pausada en la que, para los ritmos a los que estamos acostumbrados en la actualidad, pareciera que no pasa nada. Tanto fue así que ... algunos espectadores decidieron levantarse de sus butacas huyendo del aburrimiento. Sin embargo, a mí me dejó clavada en el sitio, un rayo me atravesó con cada uno de esos fotogramas en los que aparentemente no pasaba nada más allá de las escenas cotidianas de un momento concreto de vida, unos días que marcarían a la protagonista para la eternidad de sus días.

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Tanto me atravesó que me dejó llorando a moco tendido en la oscuridad de la sala, tales fueron los sollozos que tuve que refugiarme en el hombro, siempre protector, de mi acompañante.

El chorro de lágrimas de 'Aftersun' me recordó al que solté viendo 'Mi vida sin mí' de Isabel Coixet en el cine de verano de mi pueblo allá por 2003. 20 años de diferencia, mismas sensaciones.

Hay historias que nos marcan a cada una, a cada uno, de forma muy diferente. Y digo marcar, más allá de gustar. Lo que para mí fue casi como una revelación, una ventana abierta a emociones muy fuertes, para una pareja, seguramente fueran más, fue un bodrio.

Y eso es el cine, tantas emociones como géneros, tantas películas como gustos. Ahora que estamos en época de festivales y premios, es estimulante comprobar, al menos para mí, que se siguen creando cientos de historias para la gran pantalla. Historias que nos seguirán emocionando, cabreándonos, excitándonos, haciéndonos volar e incluso dejándonos indiferentes o por qué no, decepcionándonos.

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Muchas de esas películas están basadas en libros, esta semana se ha sabido que la directora antes mencionada, Isabel Coixet, va a llevar al cine la historia de un libro desgarrador que les recomiendo, 'Un amor', de Sara Mesa.

Estoy ilusionada ante esta noticia pero también preocupada, me fastidia cuando me estropean la imagen que he creado de lo que leo, son fotogramas muy personales como lo serán también los de la directora y poco tendrán que ver con los míos. Ahí surge el conflicto. Lo único que le pido a la Coixet es que trate con amor este libro.

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Poco amor le tienen a los libros en algunos lugares, para mí remotos, de Estados Unidos. Hace unos días escuchaba en la radio una crónica del periodista Víctor García Guerrero que me dejaba sin palabras, las mismas de las que intentan deshacerse en estados como Utah o Georgia. Contaba García Guerrero, mucho mejor que yo, que en instintos y colegios están censurando libros, sí han leído bien, censurando tal y como se hacía en la Edad Media, con argumentos similares. Pensé entonces en 'El nombre de la rosa', en el libro de Umberto Eco y en la película que tanto miedo me dio en su momento.

El periodista mencionó libros de Margaret Atwood y de Toni Morrison, de esta última escritora, Nobel de Literatura en 1993, han retirado 'Ojos azules', uno de mis favoritos. No hay argumentos válidos que puedan justificar tamaño despropósito.

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Los libros nos salvan, son anclas de conocimiento que además ayudan a tejer lazos entre lectores. Gracias al amor por los libros he recuperado viejas amistades basadas ahora además de en el cariño, en el intercambio de títulos. Libros que van y vienen en mochilas, viajes a bibliotecas o librerías, conversaciones e hilos sobre esos libros en redes sociales.

Siento que a esos niños de Georgia o de Utah se les prive de ese placer además de la capacidad crítica y de elección. Eso sí que es adoctrinamiento.

Por mi parte, seguiré sintiéndome afortunada por poder disfrutar de historias en la gran pantalla y en los libros, historias que me permitirán seguir soñando para mantener esta ventana bien abierta.

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