La tierra agostada en amarillo; rastrojeras pespunteando un paisaje casi lunar. Allá en lo alto, un cielo atormentado en sueños de más allá. Óleo sobre papel. Y la firma del amigo hecha recuerdo. No sabía cómo empezar esta columna; cómo explicar la desolación de la ... muerte, la sensación agobiante de estar un poco más sólo. Y, una vez más, Paco vino en mi ayuda en el mensaje inconfundible de sus pinceles. Francisco Pedraja había librado al fin sus atalajes, pero seguía allí –óleo sobre papel– hablándome sosegadamente, como solía, quitándole importancia a su propia muerte e indicándome con un guiño socarrón que, por minutos, había dado esquinazo a la nómina de los que se fueron, incluidos en el magistral artículo de Feliciano Correa –'El bosque talado'– que, el mismo día, publicaba este periódico. Francisco Pedraja ha sido muchas cosas, pintor, profesor, conferenciante, apasionado de nuestra Extremadura, referente obligado en el Badajoz de los últimos decenios... pero sobre todo y me urge escribirlo en mayúsculas fue un hombre de bien. Un señor. Un caballero. Algo que desgraciadamente, para más paisanos de los que sería de desear, resulta un concepto incomprensible, como de otros tiempos, incompatible con este siglo de valores en almoneda. Francisco Pedraja podría haber sido muchas otras cosas, haber recorrido caminos distintos a los que recorrió, haber incluso fracasado en todo, pero siempre hubiera sido un señor, un hombre de bien, un caballero.

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Yo comencé mi vida en Badajoz en la Diputación, y Pedraja era diputado provincial. Pasé posteriormente a la Caja de Ahorros y él fue consejero y vicepresidente. Y al fin, cuando la enfermedad le hizo dar un paso al lado, le sustituí, al menos accidentalmente, en la presidencia de la Real Sociedad Económica de Amigos del País que él había ostentado brillantemente en los últimos veintisiete años. Mi vida, pues, estuvo siempre, de una forma u otra, entrelazada con su magisterio y, cuando miro hacia atrás, Paco es el referente de casi todo, como una sombra amiga en mi vida y mi trabajo en esta bendita tierra que los dos –también– adoptamos como nuestra. Y permítanme que, haciendo gala de mi natural puntilloso, aclare que Francisco Pedraja no fue nunca presidente honorario de «la económica» sino presidente de honor, que no es igual, porque eso de «honorario» suena a premio de consolación, a escarapela de excedente de cupo y, por el contrario, el reconocimiento como «de honor» le coloca por encima de cualquier otra autoridad o cargo en la institución. Queda dicho.

Es difícil escribir lo que jamás hubieras querido escribir. Es imposible condensar en quinientas palabras todo lo que quisiera decir. Sería un empeño inútil querer explicar en una columna lo que es la hombría de bien que Pedraja supo declinar magistralmente. Pero vuelvo a perder la mirada en el cuadro –tierra y cielo en recias pinceladas– y siento su aliento quitándole importancia a mi desasosiego con un leve encogimiento de hombros y una enorme sonrisa. Gracias y, con tu permiso, presidente de honor, permíteme acabar esta columna como suelo cuando –¡demasiadas veces ya!– tengo que escribir en despedida. Adiós Paco, amigo. Nos vemos.

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