Estas líneas más que de un artículo forman parte de una crónica urgente acorde con los sobresaltos que nos ha ido deparando la semana a ... cada hora. Desde que hace seis días se dio la primera voz de alarma con un incendio en Las Mestas, allí donde el Tío Picho extendía sus lecciones de sabiduría y cuna del Ciripolen que inventó su hijo, Cirilo Marcos, a quien asaltó la popularidad en los años noventa por su mágica poción, desde el lunes, digo, Extremadura no ha parado de arder en un contexto de extremo calor. Más de 600 vecinos, muchos de ellos mayores, principal población de las comarcas rurales cacereñas, duermen a estas horas fuera de sus hogares por evacuaciones preventivas. Es evidente que las personas son lo primero y los protocolos parecen haber funcionado en este sentido con agilidad; pero si ver las llamas devorar cualquier bosque es duro, lo es más cuando se trata de zonas tan emblemáticas de Extremadura como Las Hurdes, y lugares únicos de los que los extremeños nos sentimos tan orgullosos como Monfragüe, Parque o Biosfera.
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La región ha sufrido en el pasado grandes incendios forestales, de origen intencionado muchas veces y por causas naturales en otras. De ellos se ha ido aprendiendo y no tiene nada que ver el modo en que se atacan hoy las llamas con la forma en que se hacía hace 30 años, con aquellos viejos helicópteros militares rusos, con tripulación del este incluida. Ayer, durante su visita al siniestro forestal de Miravete, el ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska, juez de profesión, aseguraba que los incendios se apagan en invierno, un latiguillo que sin embargo encierra mucha polémica porque son significativas las voces disconformes con el modo en que Extremadura está atendiendo sus montes y bosques durante todo el año.
Habrá tiempo suficiente para que, una vez cumplidas las prioridades más urgentes, que pasan por apagar las llamas y devolver a los vecinos a sus propiedades con los menores daños materiales posibles, se analice en qué medida los incendios forestales iniciados esta semana se podrían haber evitado, o al menos haber reducido mucho su impacto si la superficie con la que se han encontrado las llamas hubiera estado de otra forma. También analizar si los medios con los que se cuentan y su distribución son los adecuados. No da la impresión, en cualquier caso, que los responsables del plan Infoex sean profesionales que pasan por ahí, ni tampoco la desgracia de un incendio forestal debería generar alegría en quien piense que se han cumplido de ese modo sus pronósticos. Pero las dos olas de calor sofocante que llevamos padecida en los dos últimos meses nos recuerdan que el cambio climático nos expondrá cada vez más a episodios como los de esta semana, con incendios de nueva generación que requieren de la mejor de las prevenciones en cualquier época del año.
Las actuaciones contra el fuego llevaron a cortar ayer durante varias horas el tráfico de la autovía a Madrid, una decisión, por cierto, muy mal comunicada, lo que provocó que miles de conductores se vieran atrapados en atascos que se podían haber reducido en gran medida. El corte se hizo en las inmediaciones de los túneles de Miravete. Recuerden que la complejidad técnica de esas aberturas en el monte llevaron a que fuera el último tramo en entrar en servicio de la autovía, la primera infraestructura que nos dio un signo de modernidad, y recuerden también que su construcción costó vidas humanas por una explosión descontrolada en aquellos túneles. Uno al menos siempre se acuerda de aquello cuando circula por su interior como lección de que las cosas que en un momento dado o para generaciones venideras ya resultan naturales o fáciles, no siempre lo fueron. La eterna pugna entre el hombre y la naturaleza quiso el azar que volvieran a confluir en ese mismo punto. Y nos sirve para pensar que lo que tenemos ahora, no siempre estará igual si no lo apreciamos y cuidamos.
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