La sanidad extremeña está maltrecha porque ni los pacientes ni los sanitarios estamos satisfechos con ella. Al menos los médicos, el único colectivo sanitario que a día de hoy ha comunicado su intención de hacer huelga por esta situación. Que no es exclusiva de esta ... región, claro está porque las movilizaciones han comenzado ya en otras y seguirán en otras más. Y que tampoco es nueva, más claro aún. Los problemas de la sanidad pública vienen de lejos.
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Llevamos años hablando del déficit de especialistas, de plazas de difícil cobertura, de la imposibilidad de hacer frente a bajas o sustituciones, de listas de espera interminables para consultas, para pruebas diagnósticas e intervenciones quirúrgicas, de contratos precarios y de condiciones económicas que distan mucho de las que tienen los médicos en el resto del país.
Un año tras otro la Defensora de los usuarios del sistema sanitario público de Extremadura lo viene dejando meridianamente claro en sus informes y un año tras otro las carencias persisten. No solo eso, han ido a más tras una pandemia que ha puesto de manifiesto la fragilidad de un sistema cogido con alfileres, con recursos humanos que no eran suficientes antes y que hoy lo son mucho menos para atender la demanda que la covid retuvo encerrada en casa.
Así que ahora, a las carencias crónicas se suman las esperas también en las consultas con el médico de cabecera, esas que antes se producían en el mismo día en que se pedía la cita y que ahora se alargan en el tiempo, más de una semana en no pocos casos, especialmente si se insiste en la presencialidad. Pero, además, dicen los médicos que ni por teléfono se puede muchas veces liquidar una consulta con un paciente en los cinco minutos que tienen para dedicar a cada uno, que hay quienes requieren más tiempo y que los números no les dan. Ni tampoco a nosotros, a los que se nos conceden los cinco minutos.
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Quizás por eso ocurre que cuando a una persona le duelen los oídos y no logra atención en el centro de salud, pero resulta que es en ese momento y no en otro en el que le duelen, acaba en las urgencias hospitalarias, y entonces la sobrecarga de unos llega a los otros y la espera del paciente continúa y la desesperación del usuario del sistema sanitario también.
Y ante esto se anuncian otra vez planes de choque contra listas de espera, incentivos para las plazas que no son atractivas, reorganizar equipos y combatir la temporalidad de las contrataciones. Medidas que, como las carencias, no son nuevas, de las que se lleva también tiempo hablando y que o no se han ejecutado las otras veces en las que se han comunicado o son a todas luces insuficientes. Porque la única realidad es que seguimos en el bucle.
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Reconociendo que la solución no debe ser fácil, a juzgar por los años que llevamos dándole vueltas, parece que quizás podría pasar por ajustar las plantillas, equipararlas a la población que atienden, y completar las que no lo están. Y para eso parece también razonable pensar que algo se podría avanzar en este sentido si trabajar en esta comunidad no supusiera cobrar menos que hacerlo en otra por el mismo trabajo.
«No podemos normalizar una sanidad pública deficitaria como es la que tenemos», dijo la secretaria general del Sindicato Médico de Extremadura (Simex) cuando recientemente la central celebró una concentración de protesta en el Virgen del Puerto de Plasencia, como ha llevado a cabo de la misma manera en otros hospitales de la región y sigue haciendo. «Igual que no nos acostumbramos a un tren indigno, no nos podemos acostumbrar a esta sanidad», declaró María José Rodríguez Villalón.
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Y más allá de que sea el momento oportuno o no de las movilizaciones, de que cuenten o no con el respaldo del resto de centrales, de que la cosa vaya de batallas por encabezar la representación sindical, amoldarse a lo que no funciona nunca es la solución a un problema. Y, sin embargo, tendemos a ello. Asimilamos lo que no debemos asimilar, nos acostumbramos a lo que no nos tenemos que acostumbrar como si diéramos por hecho que no hay más remedio, que son las cartas que nos han tocado y no se pueden cambiar. Como durante años hemos tragado con la burla del tren, como nos resignamos a los últimos puestos de las clasificaciones, como seguimos justificando que esta región tenga el salario más bajo del país con el mantra de que aquí es más barato vivir porque el metro cuadrado es más económico. ¿Aquí pagamos menos por la gasolina, la luz, el pan o los huevos? Aclimatarse a las desventajas nunca es la solución. No debemos normalizar que haya que esperar una semana para ser atendido por el médico de cabecera y meses para una intervención, ni los facultativos atender a más de 50 personas en una mañana ni cobrar menos por sus guardias.
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