Como saben, estos días han estado en Las Hurdes los Reyes para rememorar el conocido viaje que hizo Alfonso XIII en junio de hace un siglo. El extraordinario reportaje de Antonio Armero en HOY sobre ese viaje ha servido para recordar las inhumanas condiciones de ... vida que sufrían los hurdanos en 1922. Esos reportajes de Armero han puesto de manifiesto también el profundo cambio habido en la comarca no solo un siglo después, entre Alfonso XIII y su biznieto Felipe VI, sino en el último cuarto, entre la visita de Juan Carlos I en 1998 y la de su hijo la última semana.

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Es justo que se acentúe la profunda transformación que ha experimentado la comarca, pero lo que no veo tanto es que cuanto se tenga que decir de Las Hurdes se agote en ese cambio. ¡Claro que han progresado Las Hurdes!, pero ¿acaso no solo los hurdanos, sino los extremeños y los españoles –e incluso los europeos, tras nuestro ingreso en la UE– podíamos permitirnos otra cosa que no fuera hacer lo necesario para dejar atrás y para siempre el estado de miseria que padecían sus habitantes? ¿Se podía hacer otra cosa que no fuera borrar aquellas Hurdes sin pan de Alfonso XIII y Buñuel como para considerarlo extraordinario y digno de aparecer destacado en todos los discursos?

Felipe VI dijo durante su visita: «Las Hurdes son maravillosas». Es verdad que lo son, pero no más que otras comarcas de Extremadura, de El Bierzo o de la Axarquía, en las que tengo por cierto que el Rey, si quiere regalarles el oído a sus habitantes, elegiría otros términos para hacerlo. Y es que alrededor de la comarca extremeña todavía existe esa mirada paternalista que se entrevé tanto en las palabras del jefe del Estado como en la de nuestros políticos, que me los figuro encantados con que el Rey visite Las Hurdes porque les da la oportunidad de sentirse reconocidos, sin que nadie les pida más cuentas, por haber hecho lo que no había más remedio que hacer.

Sin embargo, hay motivos para pedir cuentas. Las Hurdes ya no son aquella tierra sin pan, pero sigue siendo una comarca en la que el pan que hay no da para todos. Entre los datos publicados estos días se coló uno que es un rayo de realidad frente a tanta autocomplacencia: en los 24 años que median entre la visita de Juan Carlos I y la de Felipe VI la comarca ha perdido el 24% de su población. Si Extremadura, cuyo censo ha descendido en ese mismo lapso el 0,9%, hubiera perdido el 24% ahora viviríamos aquí 810.000 extremeños. 255.000 menos, que son más de los que viven en Badajoz y Cáceres juntas. Como para estar contentos.

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Lo que veo es un empeño artificial en crearle a Las Hurdes una leyenda blanca como si la comarca fuera un paraíso, quizá con el propósito de hacer olvidar la leyenda negra. Otra vez el paternalismo. Lo mejor que podríamos hacer por esta comarca es tratarla como a cualquier otra y dejar ya de pasarle la mano por el lomo, como si el esfuerzo hecho allí, necesario pero no tan extraordinario como se pregona, fuera más de lo que merecen los que en ella viven.

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