Vacas, guarros, cabras y el sol me estaban todos los días del año esperando. Yo salía del pueblo muy de mañana, los animales tienen la ... manía de comer todos los días y el sol, también, tenía la manía de salirme al encuentro; a unos diez kilómetros del pueblo el puñetero me daba de cara, y, por la tarde, cuando regresaba, el astro rey también me daba de frente, podría decirse que al salir el sol y al ponerse me molestaba. Ahora que llevo más de cinco años jubilado me acuerdo mucho de él. Mi padre, Francisco, falleció joven, de manera que mi madre, Consolación, me acompañaba algunas veces y allí pasábamos el día, ya que en medio de la dehesa tenemos una casa, que fue construida sabe Dios cuándo y mejor que la del pueblo; podría decirse que por las mañanas íbamos a la casa del sol naciente (hermosa canción). Antes de regresar al pueblo, mi madre alimentaba la candela mientras refunfuñaba: «Qué pena tener que dejar estas brasas». Mi madre sabía muchas 'retajilas', «que si el barbecho de enero…», «que si en febrero busca la…», «que si en marzo crece la…», «que si el agua de abril…», «que si cuando mayo marcea…». Cuando, por la mañana temprano, nos íbamos al campo y el sol salía entre nubecillas difuminadas y dispersas y con un color rojizo y anaranjado, decía con júbilo: «¡Vaca sollá!», «¡vaca sollá!», a la vez que sentenciaba «va a llover», no solía equivocarse. Mi madre hogaño hará veinte años que falleció. El día 3 de enero fui de visita a la casa del sol naciente, sí, de visita, muy temprano miré al cielo, el sol se abría paso entre unas nubecillas muy raras, rojizas y anaranjadas, entonces escuché a mi madre que me gritaba: «Mira, hijo, mira, ¡vaca sollá!, ¡vaca sollá!

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