En esta sociedad nuestra, donde todo tiene una vigencia cada vez más limitada y un periodo de caducidad más corto, ya decayó la discusión surgida ... en Castilla y León por la idea de facilitar a las mujeres embarazadas la posibilidad de escuchar el latido del corazón de sus hijos nonatos y de verlos en una ecografía 4D.
Desde las asociaciones pro-vida hemos defendido en reiteradas ocasiones que si se considera que el aborto es un acto médico, la mujer que se somete a él debe tener suficiente conocimiento para dar su consentimiento informado. Es lógico, ¿no? Sin embargo, la última reforma legislativa suprime el periodo de reflexión de tres días, el sobre informativo previo permite que las menores de 16 y 17 años, menores de edad por tanto, puedan abortar sin el consentimiento de sus padres y vulnera el derecho a la objeción de conciencia de los médicos. La razón que se esgrime es que toda esa información supone un dolor añadido al aborto, cuando la verdadera razón es que se está tratando de facilitar el hecho, reducir controles, desterrar planteamientos contrarios por parte de la madre, restringir la posibilidad de que las mujeres tengan conocimiento de la «intervención» y de las consecuencias para sus hijos y para ellas mismas, ya que con frecuencia un aborto conlleva un profundísimo trauma (lo que se conoce como síndrome post-aborto) que marca la vida de la madre durante muchos años y que se recuerda siempre.
No es de recibo defender que a una mujer se le sustraiga información a la hora de tomar una decisión como esa, de gran impacto vital e irreversible, con la excusa de protegerla. Eso no es creíble. Esa forma de actuar y de legislar pone claramente en evidencia que el objetivo no es reducir la incidencia del aborto en la sociedad, sino todo lo contrario, potenciar esta práctica sin límites de ningún tipo, de manera que el aborto sea cada vez menos una excepción dolorosa y se convierta en una opción normalizada y privilegiada sobre su contraria.
Si preguntamos en la calle, la mayoría de las personas nos diría que el aborto no es un plato de gusto para ninguna mujer, pero cada vez resulta más claro de que no es así para buena parte de la clase política. Las decisiones legislativas no son asépticas, son piezas de un engranaje que busca unos objetivos, y los fines de las leyes que salen del Consejo de Ministros en esta materia buscan claramente que las mujeres no contemplen alternativas al tiempo que intentan impedir que la sociedad se las proporcione.
Desde el movimiento pro-vida estamos implicados activamente en el cuidado de las mujeres que están viviendo una situación de crisis derivada de su embarazo y de crianza de los hijos en condiciones difíciles, son los promotores del aborto los que no proporcionan apoyo a las mujeres que escogen cualquier opción que no sea el aborto. Actualmente facilitamos ayuda a 150 mujeres que tratan de sacar adelante a sus hijos con dificultades en la provincia de Badajoz, lo hacemos con el apoyo de la sociedad civil, ya que el apoyo de las administraciones es escandalosamente escaso.
Somos partidarias de buscar puntos de conexión entre todas las sensibilidades partiendo de cosas que nos unan, como entendemos que es considerar al aborto un fracaso social o valorar la ayuda a las madres empujadas al aborto pero que estén dispuestas a seguir adelante con su embarazo. ¿No estamos de acuerdo la gran mayoría de la sociedad en que se habiliten medidas a favor de la vida que conlleven un incremento de la natalidad teniendo en cuenta el deseo de muchas mujeres de ser madres y que no lo son por las dificultades que encuentran?, ¿no está de acuerdo la mayoría de la sociedad en que el aborto es negativo y que se debe hacer un esfuerzo conjunto para evitarlo siempre que se pueda? Este drama no puede seguir en el cajón de las propuestas ideológicas identitarias, es un asunto demasiado serio y delicado para reducirlo a eslóganes de autoafirmación política, no está sobre el terreno de juego imponer sino proponer.
Con el panorama que tenemos delante de vaciamiento rural, con la amenaza de que desaparezcan pueblos enteros y de que nuestras ciudades envejezcan es urgente poner en marcha, entre otras muchas cosas, un plan serio y ambicioso que incluya ayudas a las familias y a la natalidad, pero no para engordar un programa electoral, porque hay cosas que nos conciernen a todos, no pueden ir a esta iniciativa las migajas para cubrir un mal expediente.
Como afirma el doctor Bernard Nathanson en ‘El grito silencioso’, «aquí y ahora deberíamos dedicarnos a un gran esfuerzo para crear una mejor solución que esté compuesta de amor, de compasión y de una consideración decente por prioridad dominante de la vida humana».
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