La ley de Ione Belarra, acerca del maltrato animal, es de los disparates más grandes que ha visto la historia. Cierto que en esta materia España ha sido muy permisiva y el que tenía un animal podía hace con él lo que le diera la ... gana. No digamos los pobres galgos, cuando termina la temporada de caza. En la civilizada Inglaterra, la caza del zorro está permitida, pero sin perros. Muy bien que se suprima el tiro al pichón. Peleas de gallos o de perros. Si Mari Pili, mi gata, se muere, no puedo enterrarla en el jardín, tienen que hacerle una autopsia para averiguar la causa de la muerte. Es anterior a la ley Belarra. En cuanto a las penas, pueden alcanzar los 600.000 euros. Grande debe ser, y no me gusta bromear sobre esto, la atrocidad con el animal, según la ministra, «sintiente», participio activo de nuevo cuño. El toro ¿no es sintiente el pobre hijo? Cualquier espectáculo taurino, desde el toro de 500 kilos a la vaquilla famélica, es de una crueldad espantosa. Crueldad institucionalizada hace siglos, con la que disfruta un público que después cuidará muy bien a su mascota. Se ha llegado a decir que el toro no siente, porque eso viene después y muerto, poco puede sentir. Cuando le clavan la espada entre los pulmones y vomita sangre, algo sentirá, digo yo. Hemingway y García Lorca, los dos de izquierda, en el caso de Lorca, más que relativo, eran aficionados a los toros. Argumentos, los que hagan falta. Prohibir los toros es un paso demasiado grande. No se preocupe, señora ministra, que, para que desaparezcan, no hace falta un decreto ley, vendrá poco a poco. Algo que los taurinos no ven; o no quieren ver.

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