¿Qué ha pasado hoy, 23 de febrero, en Extremadura?

Lo raro llama la atención, pero no atrapa. Casi nadie quiere tener una pareja insólita, vivir con una persona atípica. Lo inusitado despierta curiosidad, hasta ... pagas por verlo, pero luego vuelves a lo previsible. Extravagancias, las justas. En mi piso de estudiante vivía un compañero taciturno que hablaba poco. Lo llamábamos El Raro, pero era mi mejor amigo. Los raros se atraen, se necesitan, se comprenden. Hace años, una joven fue a una fiesta en la que se sentía al margen. Se aburría y sus tíos les pidieron a mis padres que me llamaran. «Como él también es raro, igual congenian», razonaron. Me llamaron, congeniamos, quedamos al día siguiente.

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Soy un raro que vive en tierras raras, en la Raya, entre España y Portugal, en lo que un personaje de La isla de las tentaciones ha llamado la España profunda. Son tierras llenas de minerales que se ponen de moda cuando se necesitan: el wolfram en la II Guerra Mundial, el litio ahora. Los raros estuvieron de moda en el Romanticismo y nunca más. Las tierras raras, pero raras, raras, raras, son de nuevo objeto de deseo. Se encuentran en el Planeta profundo: regiones ignotas de China y Australia, la mina Mountain Pass en California, Myanmar, Vietnam…

Los minerales de las tierras raras son tan excepcionales que no se estudiaban en el Bachillerato. Neodimio, samario, gadolinio, disprosio… La tecnocasta los necesita para gobernar el mundo. Son tecnorraros en busca de tierras peculiares, capaces de pactar con Rusia por unas toneladas de europio, de comprar Groenlandia para quedarse con su iterbio, de absorber Canadá solo porque tiene escandio. No son raros que amen las tierras raras. Solo se aprovechan de ellas. Yo me casé.

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