Payasos
Jacinto J. Marabel
Lunes, 2 de diciembre 2024, 07:55
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Jacinto J. Marabel
Lunes, 2 de diciembre 2024, 07:55
Estos días he recordado la paradoja del payaso, planteada por el filósofo danés Soren Kierkegaard y de la que se hizo eco nuestro José Ortega y Gasset allá por los años 30 el pasado siglo. Cuenta que una noche prendió el fuego en un circo ... atiborrado de espectadores. Azorada, la troupe trató de apagarlo entre bambalinas mientras el payaso salía al escenario para avisar al público. Su esfuerzo sin embargo fue en vano: gritó, imploró y ensayó mil aspavientos para que desalojaran rápidamente la carpa, pero los espectadores se tomaron a chanza la advertencia y, entre la algarabía general, los aplausos y las risas, acabaron pereciendo todos sin remisión, devorados por las llamas.
Con esta paradoja Kierkegaard quiso poner de manifiesto que los prejuicios y los arquetipos sociales dificultan en ocasiones la transmisión de un mensaje trascendental, en el que nos jugamos literalmente la vida. Obviamente, si en lugar del payaso hubiera salido a escena el maestro de ceremonias, o alguien quizás revestido de autoridad, el resultado habría sido distinto, pensará usted. Sin duda nadie cuestiona que esto fuera así hace un siglo, incluso hace apenas una década, diría yo, pero ¿de verdad continuamos confiando hoy en día en la autoridad, en el rigor y en la evidencia, o nos entregamos sin dudarlo al payaso que más alto insulta?
'No mires arriba' ('Don't look up') es una película estrenada hace un par de años, protagonizada por Meryl Streep y Leonardo DiCaprio, en la que este interpreta a un científico que trata de advertir a los políticos sobre un cometa que, ante un escepticismo cerril, acaba cayendo en la Tierra y extinguiendo a la humanidad. Se trata de una sátira contra el negacionismo climático, que pone el dedo en la llaga sobre la crisis de credibilidad que afecta a las instituciones, que se ha extendido a la comunidad científica en general y a los profesionales de la comunicación, con carácter particular. Y es que, si usted confía en el cirujano para que le opere, en el arquitecto para que le levante la casa y en el abogado para que le resuelva el pleito, ¿por qué demonios cede algo tan relevante como el derecho fundamental a ser informado (art. 20.1.d. Constitución Española) a un payaso cuyo único interés estriba en coleccionar «likes»?
Hoy son los profesionales de la información, pero mañana le tocará el turno a los médicos, arquitectos o abogados. Las agencias de verificación llevan tiempo denunciando la plaga de bulos que inunda las redes sociales bajo esa etiqueta bastarda de «periodismo ciudadano», que obedece al desmantelamiento interesado de las instituciones democráticas por parte de ciertos partidos, mientras continuamos aplaudiéndole las gracias al payaso de turno. Reímos atolondrados mientras el mundo arde en desinformación y el sistema se derrumba a nuestro alrededor, para provecho de algunos. A nadie parece importarle ya que el relato se imponga a la verdad y que la impunidad campe a sus anchas. Quizás, el fin del viejo orden era esto y Kierkegaard estaba en lo cierto.
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