En cuatro días se cumplirán cinco años del nefasto viernes 13 en el que se anunció el estado de alarma y los españoles nos confinamos ... para hacer frente a la pandemia de covid-19. Un lustro desde el acontecimiento más terrible que ha sufrido la humanidad en lo que va de siglo, con 776 millones de casos y 7 millones de muertos, sin un referente cultural al que acogerse. La caída del imperio romano, la peste o las dos guerras mundiales, por poner tres ejemplos de catarsis colectivas, produjeron obras maestras de la cinematografía y la literatura universal que sirvieron de guía a las generaciones futuras. Sin embargo, nadie ha demandado una explicación concluyente ni parece querer recordar, siquiera a través de un mísero documental, la inconmensurable tragedia que nos vimos abocados a protagonizar hace apenas cinco años.

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Pero ocurrió. Fue una tragedia con miles de epopeyas anónimas, entre las que, con los ecos del Día Internacional de la Mujer resonando aún en nuestros oídos, me gustaría recordar una, la historia de la científica que salvó a la humanidad: la hazaña de Katalin Karikó y su inquebrantable fe en la vacuna de ARN mensajero.

Katalin nació hace 70 años en Kisújszállás, en el preámbulo del otoño húngaro. Su padre era carnicero y su madre contable, pero ella mostró desde pequeña un enorme interés por la ciencia. Descolló en la Universidad de Szeged, doctorándose en biología con 23 años. Más tarde se casó y tuvo una hija. Un día, la familia escapó del régimen soviético con los ahorros escondidos en un osito de peluche. Deslumbrada por el sueño americano, recaló en la Universidad de Temple, donde empezó a ensayar vacunas de ARN en pacientes con sida, la pandemia de los ochenta. Sus investigaciones no interesaban a los fondos de inversión, por lo que fue despedida y tuvo que buscar un laboratorio en la Universidad de Pensilvania, donde también acabaron recortándole el presupuesto, relegándola poco menos que a la condición de becaria.

Sin apenas recursos, Katalin no estaba dispuesta a arrojar la toalla, confiaba en su trabajo y en 1998 tuvo un momento serendipia en la cola de la fotocopiadora. Allí coincidió con el inmunólogo Drew Weissmann, que se interesó por sus avances. Ambos fundaron una compañía con la que registraron más de una docena de patentes que generaron ganancias millonarias a la universidad, pero en 2013 fueron jubilados prematuramente y Katalin fichó por BioNTech. En la empresa alemana pudo desarrollar su vacuna de ARN mensajero, que copia la información genética del ADN para fabricar proteínas que actúan como antígenos frente a virus y bacterias. Una idea que ahora nos parece sencilla, pero que durante 30 años fue desechada por las multinacionales y que solo gracias a la perseverancia de una mujer pudo ser fabricada, para salvar a la humanidad en un tiempo récord. En 2023 recibió el Nobel junto a Weissmann, por lo que no hay peligro de olvidar el covid. No mientras tengamos la vacuna de Katalin para recordárnoslo.

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