Así hemos narrado la manita del Barça al Valencia

Solía comenzar el curso en la Facultad de Derecho hablándoles a los alumnos sobre el imperio de la ley y la importancia de la justicia, como valor superior del ordenamiento jurídico. Todos estamos sometidos al imperio de la ley que articula el estado social y ... democrático que nos hemos dado en la Constitución, siendo esta una garantía que alcanza, con mayor razón, a los jueces y magistrados encargados de administrar la justicia. Esta debe ser igual para todos y contaba la anécdota del humilde molinero que se enfrentó a Federico el Grande, paradigma del despotismo ilustrado, al que algunos historiadores atribuyen la frase de «todo para el pueblo, pero sin el pueblo».

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Federico, que era amante de la música y la filosofía, incendió el continente con la Guerra de los Siete Años y fundó la doctrina militar que convirtió a Prusia en una gran potencia, disponiéndola para liderar la unificación alemana un siglo más tarde. Cansado de pelear, se hizo construir un palacio cerca de Postdam que bautizó como Sans Souci –«sin preocupaciones», en francés–, porque además de la guerra el rey quería huir de su esposa, con la que nunca mantuvo relaciones. Federico era homosexual y aquel había sido un matrimonio de conveniencia, por lo que en su nuevo palacio quiso rodearse de amigos, artistas y filósofos como Voltaire, defensor de la separación de poderes y de la igualdad de los hombres ante la ley, que le inspiró para llevar a cabo una profunda reforma de la administración de justicia.

El rey quería garantizar la igualdad ante la ley y que los pleitos no acabaran eternizándose. Consiguió ambas cosas: en 1752, de los 10.000 casos revisados en las tres instancias judiciales, únicamente dos no concluyeron antes del plazo fijado de un año, mientras que de lo primero dio fe la anécdota del molinero. Cuenta Jean-Charles Laveux en su 'Historia de Federico el Grande', que este deseaba construir un estanque que embelleciera los jardines de Sans Souci y había un molino que afeaba el paisaje. El rey ofreció una suma desmesurada al propietario, que se negó a vendérselo aduciendo que se trataba de un legado de sus padres. Irritado, lo hizo llamar para preguntarle: «¿Sabes que puedo tomarlo sin darte un dinero?». A lo que el molinero respondió impasible: «Si, si no hubiese sala de justicia en Berlín». La respuesta, fruto de la reforma emprendida por Federico, le satisfizo, por lo que decidió mantener el molino como símbolo de la sujeción de los poderes del Estado, incluso en los más despóticos y absolutistas, a los tribunales.

El molino de Sans Souci fue destruido al final de la II Guerra Mundial, pero en 1993 el gobierno de Brandeburgo hizo levantar una réplica que aún sigue conservando todo el simbolismo original. No sé si mis alumnos entendían la trascendencia que encerraba el cuento, aunque espero que el día que lleguen ocupen escaños o vistan togas al menos recuerden que nada ni nadie se encuentra por encima de la ley.

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