Echarse a la calle con pretexto, o sin él, es una de las aficiones más consolidadas que se registren en suelo patrio, sin que surjan ... apenas muestras de reserva o desaprobación, sino por el contrario de franca simpatía entre los no vernáculos. Esta innegable y generalizada propensión a deambular por calles y plazas llega en fechas señaladas o en vísperas de días feriados al paroxismo. Pareciera pues que la persistencia en el callejeo sistemático es una dedicación natural. Salir de las cuatro paredes para tomar el aire o el sol tiene su sentido, pero ese impulso es más inducido, vía plebe, más artificioso que natural. Pretender que obedece a una llamada de la naturaleza es querer engañarse. La expansibilidad del burgués nacional es más consecuencia del aburrimiento que le aflige, que de una sana querencia hacia su propio sustrato.

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No sería por ello excesivo afirmar que muchas personas se lanzan a la rúa para sentirse acompañadas entre la multitud, rehuyendo así enfrentarse consigo mismo o con su propia soledad. Que lo que determina la presencia de tanta concurrencia en el espacio público no es la necesidad de hacer ejercicio, ni el interés por ver una exposición en el museo, por poner dos ejemplos. No pocos jubilados en la urbe, que se han vuelto «desoficiados»; establecidos con cargo a su buena pensión en un punto cualquiera de la España vacía, otra vida más desahogada, fecunda y serena llevarían. No se mudarán, empero, casi ninguno; porque la modernidad los ha atrapado, en conexión con su inveterada tendencia gregaria. Prefieren morir matando… el tiempo.

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